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. Cosas que Dios abomina




Como a Dios le interesa que sus hijos no se desvíen del camino; cuando lo hacen, se exponen a que Él los regrese al camino a veces de una manera dolorosa, pero siempre con amor.

Provervio  6:16-19  
Seis cosas aborrece Jehová,
Y aun siete abomina su alma:
Los ojos altivos, la lengua mentirosa,
Las manos derramadoras de sangre inocente
El corazón que maquina pensamientos inicuos,
Los pies presurosos para correr al mal,
El testigo falso que habla mentiras,
Y el que siembra discordia entre hermanos.

En el pasaje anterior (Pr. 6:12-15), se está hablando de la naturaleza del hombre malo o depravado, que no tiene temor de Dios, pues ni le conoce; un hombre con baja moral, sin escrúpulos ni ética. No todos los hombres que no son hijos de Dios son así, pero tanto los unos como los otros están destituidos de la gloria de Dios, mientras no se acerquen al señor Jesucristo. El hombre depravado habla perversidades de todo tipo, las cuales anida en su corazón y que algunas veces se quedan como intención y otras se concretan en acciones que dañan a otros (por ejemplo, así son los ladrones, los secuestradores, los violadores, etc.). También se nos habla en ese pasaje, que ese tipo de hombre es el que guiña los ojos, habla con los pies (o da golpecitos con ellos, como dice la Biblia Peshita) y hace señas con los dedos; todo eso con el propósito de lograr sus intrigas, poniéndose de acuerdo con otros como él, sin que la víctima se dé cuenta. Siempre ha sido así; los maleantes tienen códigos de signos y señales para cometer sus fechorías. Aun cuando no estén delinquiendo en algún momento, siempre contaminan, sembrando también discordias (desacuerdos entre la gente). Este tipo de personas están perdidas si no se arrepienten y se entregan a Dios. Nosotros, que estamos en el mundo, pero no somos del mundo, ¿hasta qué punto hemos de convivir con este tipo de personas? Hay límites. Es posible que conozcamos y convivamos con algunos de ellos (a veces sin saberlo). Ciertamente debemos estar en el mundo, pero no debemos contaminarnos del mismo.

Si bien nosotros no somos unos depravados por cuanto hemos creído en Cristo Jesús (quien ha puesto remedio a nuestros pecados pasados), aun estamos expuestos a estar asociados a veces con estas personas y también a ser tentados a imitarles en algunas cosas; por eso debemos tener cuidado. Dios no quiere que sus hijos se contaminen ni se asocien con ellos y nos presenta (nos recuerda) algunas cosas que ellos hacen y que Él aborrece (Pr. 6:16). Lo que Dios aborrece, debemos aborrecerlo nosotros (no estamos hablando de aborrecer a ciertas personas, puesto que Él ama a todos y debemos hacer nosotros).

Dios aborrece los ojos altivos (o soberbios). Así actúan algunos porque se sienten superiores (Pr. 30:13), pero resulta que los complejos de superioridad son también de inferioridad. No debemos sentirnos más que otros (Ro. 12:3) y no es cosa solamente de sentimiento, sino que realmente ninguno vale más que otro. Los que así actúan recibirán humillación de Dios (Sal. 18:27 e Is. 5:15).

Dios aborrece la lengua mentirosa. El padre de la mentira es el diablo (Jn. 8:44), de allí que todo el que miente le hace juego a aquél. No debemos mentir ni asociarnos con quien vive de la mentira (Pr. 21:6, Col. 3:9). Los hijos de Dios llegan a ser víctimas de mentiras fabricadas contra ellos (Sal. 109:2). Pero los mentirosos tienen un límite (Pr. 12:19). Un gran propósito será no fallar a Dios en esto (Sal. 17:3).
Dios aborrece las manos derramadoras de sangre inocente. Aunque pudiésemos pensar que esto está totalmente alejado del cristianismo, hasta la fecha, algunos que se ostentan como cristianos siguen derramando sangre inocente en Afganistán, Irak, Pakistán, Palestina y en otras naciones y es una aberración que otros les crean que lo hacen porque Dios lo quiere así; ¿cuál es el tipo de Biblia que estas personas leen?. Por otra parte, pero con el mismo tema, en la historia encontramos que, usando el nombre de Dios, los depredadores españoles mataron a cerca de 15 millones de personas en América. En nuestra Biblia aprendemos que a Judas le remordió la conciencia por haberse asociado con los que derramaron la sangre de Jesús (Mt. 27:4), pero el remordimiento no es suficiente. Pilato no quiso asociarse con ellos. (Hch. 4:27, Mt. 27:24). Nosotros teníamos culpa en este pecado, por cuanto la sangre inocente del cordero de Dios se derramó en la cruz del calvario por nuestros pecados, pero en el momento que le hemos pedido perdón a Dios somos limpios de este pecado, pues aceptamos el sacrificio de la sangre inocente de Jesús.

Dios aborrece el corazón que maquina pensamientos inicuos. El corazón inicuo maquina planes perversos, pero Dios prueba la mente y el corazón del hombre (Sal. 7:9). El corazón es una figura que se utiliza para enseñar que hay un lugar íntimo en donde el hombre aloja cosas buenas y cosas malas. Los pensamientos inicuos salen del corazón (Mt. 15:19). Pero también del corazón salen los más nobles pensamientos que se concretan en edificantes acciones; si queremos que esto sea siempre así, afiancémonos en la comunión con nuestro Creador, a quien debemos dar siempre la gloria.

Dios aborrece los pies presurosos para correr al mal. Después que una persona ha maquinado malos pensamientos, procura concretarlos (Stg. 1:15). A veces se está en un lugar pensando en otro. En ocasiones el ser hijos de Dios no nos ha impedido pecar. No nos apresuremos al mal ni tengamos relación con los que planean despojar a otros o hacerles cualquier tipo de daño (sean quienes sean).

Dios aborrece al testigo falso. Éste es el que miente para favorecer al perverso y enjuiciar al inocente. Dios dice a sus hijos que no concerten con testigos falsos (Ex. 23:1, Pr. 19:5,9). Testificar en falso se castigaba severamente (Dt. 19:16-19). El testigo falso es contrario al que habla verdad (Pr. 14:5). La mentira es del diablo. En el juicio a Jesús hubo testigos falsos (Mt. 26:60). Lo mismo hicieron con los apóstoles (Hch. 6:13). El deseo de Dios es que un cristiano nunca se encuentre en un tribunal o en un juicio cualquiera dando declaraciones falsas para desprestigiar, hundir o meter en la cárcel a cualquiera otro

Dios aborrece al que siembra discordia entre hermanos. Tan mal hace el que pelea con su hermano, como el que hace que los hermanos se peleen, porque desata grandes calamidades (Pr. 17:14). Esto aplicase a hermanos en la sangre o en la fe y nos remite al segundo mandamiento (Mt. 22:39). El que siembra la desunión entre hermanos está trabajando para el diablo, aunque a veces no se da cuenta.


En ninguna de las cosas mencionadas anteriormente participemos. En lugar de asociarnos con los perversos, ahondemos en nuestra amistad con Jesús y con sus seguidores. Seamos parte de la familia de la fe, identifiquémonos como hermanos. Amemos lo que Dios ama, abominemos lo que Dios abomina.

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