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„¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?“ segunda parte


La Biblia dice: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). Otro versículo dice que Jesús vino a salvar a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). Es decir, aunque Cristo murió por el mundo, en última instancia, la salvación será efectiva sólo para su pueblo. ¿Y quiénes son el pueblo de Dios? Los creyentes. Aquellos a quienes Dios, antes conoció, predestinó, llamó, justificó y glorificó (Romanos 8:29-30).

Por eso la Palabra de Dios nos afirma que el que comenzó la obra en nosotros la terminará (Filipenses 1:6). Somos obra terminada en Cristo. Y Jesús dijo que toda planta que no plantó su Padre será desarraigada y echada al fuego. Hay muchos que han sido plantados, pero que no son plantas de Dios, porque no nacieron de la semilla incorruptible, sino que nacieron de la semilla corruptible de la religión, de un adoctrinamiento. Estos tuvieron un acondicionamiento mental y una aceptación del credo de una iglesia, pero Dios no ha penetrado en ellos para hacerlos nacer de nuevo por el poder del Espíritu Santo.

Esa es la razón por lo que hoy en día, tristemente, vemos en las iglesias «cristianos» que cantan, alaban, diezman, participan en las actividades, pero no han nacido de Dios. En ellos Dios no ha puesto nada, sino que fueron fabricados por el hombre. Por eso, amado, es un bofetón a Dios atribuirle la vida nueva en el evangelio, como si dependiera del hombre. El evangelio son las buenas nuevas de Dios para los hombres. Jesús dijo: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor» (Lucas 4:18-19). Dios anunció el evangelio para hacerle saber al hombre que su buena voluntad está a favor de él.

El apóstol Pablo usó estas tres frases: (1) El evangelio de Dios (Romanos 15:16); (2) Nuestro evangelio (1 Tesalonicenses 1:5); y (3) Mi evangelio (Romanos 2:16). ¿Por qué? Porque el evangelio vino del cielo, por eso es el evangelio de Dios; le fue dado a la iglesia, por eso es nuestro evangelio; y cuando Pablo lo recibe por la gracia de la revelación y llega a ser vida en él, él lo llama mi evangelio.

El evangelio es un testamento de la relación de Dios con los hombres. Lo vemos en la mujer samaritana, que luego de haber hablado con el Señor, regresó a la ciudad de Samaria y volvió con un grupo de hombres para mostrarles a Jesús (Juan 4:7-30). Ella quería que éstos vieran a aquel que le había dicho todo de su vida y que ella creía que era el Cristo (v. 29). Entonces, aquellos samaritanos siguieron a la mujer, creyendo en Cristo por la palabra de ella (v. 39); pero después que Jesús se quedó con ellos dos días, creyeron muchos más por la palabra de él, y decían a la mujer: «Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo» (Lucas 4:43). Entró a ellos la profunda convicción del Espíritu Santo. Sus ojos y sus oídos se abrieron. Ahora su fe no se basaba en la experiencia de la mujer, sino en la suya propia con el Señor.

También a los discípulos que iban camino a Emaús les sucedió lo mismo. A ellos les pareció una locura y no creyeron a las mujeres que decían que el cuerpo de Jesús no estaba en la tumba, y que había resucitado. Pero cuando el que le acompañó en el camino se sentó a la mesa con ellos y partió el pan, fue que sus ojos les fueron abiertos y le reconocieron, mas él se desapareció de su vista, entonces se decían el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?» (Lucas 24:31-33). Y 

dice la Palabra que volvieron de inmediato a Jerusalén a decirles a los demás que era cierto, que Jesús había resucitado y se les había aparecido. ¿Por qué no creyeron antes, si habían estado con Jesús, eran sus discípulos, lo reconocían como el Mesías (Lucas 24:21), y habían recibido el testimonio de la resurrección, de parte de las mujeres que habían visto al Señor? Porque ahora ellos tuvieron una experiencia personal con el Señor Jesucristo. Este fue el momento cuando Dios abrió sus ojos y su entendimiento. Es necesario nacer de nuevo para poder ver el reino de Dios. Sólo cuando el Señor realiza en nosotros la nueva creación, tenemos la capacidad para creer y entender a Dios.

He visto que en muchas iglesias se predica diciendo: «Esfuérzate para que vengas a Dios, deja el alcohol, el cigarrillo y ven a Cristo. Sólo tienes que querer. Haz un esfuerzo, decídete y ven, puedes hacerlo». Y me pregunto: ¿Qué puedes decidir tú para tu salvación? ¿Acaso algún niño ha decidido nacer? Por el contrario, algunos ya grandecitos les reprochan a los padres: «Me trajiste al mundo y ese es tu problema». Y les dicen eso a los padres porque saben que ningún niño tiene poder y autoridad de decidir su nacimiento. Los que deciden son el hombre y la mujer, la pareja que tiene una relación íntima, con una consecuencia (en muchas ocasiones indeseada) de un embarazo. Y a veces ni los mismos progenitores deciden porque el que decide, en última instancia, es Dios, ya que hay parejas que han buscado, hasta con lágrimas, el tener hijos (no teniendo nada físico que se lo impida) y no han podido.

Pues lo mismo ocurre en el reino de Dios, ni tu ni yo decidimos nacer en este reino. En primer lugar, en mi mente no estaba el deseo de estar en él, porque cuando Dios me encontró, yo estaba muerto espiritualmente, y un muerto no decide nada. Claro, estaba «vivito y coleando» para la carne, y eso sí lo había decidido, andar en la carne. Pero estaba muerto para las cosas de Dios, para decidir por el Señor, pues no tenía capacidad espiritual para hacerlo. Mas cuando el Espíritu Santo puso la semilla en mí, lo primero que hizo fue convencerme de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16:8). Es decir, yo no decidí, porque yo no quería venir, ni me interesaba convertirme. Entonces, inmediatamente que me resucitó, vi la hermosura divina y comencé a sentir inclinación hacia él, necesidad de comunión con él. Puedo decir que, de manera automática, ya lo estaba amando, no porque yo lo quisiera, sino porque Dios hizo una obra dentro de mí que me atrajo hacia él. Entonces, me darás la razón, que la gloria de nuestra salvación es sólo de él. Y si insistes en decir: «Hermano Radhamés, pero fui yo el que decidí venir a Dios», te diré: Decidiste porque el Espíritu Santo te convenció, si no, no vienes. Tú sólo pudiste elegir cuando te dotaron de la capacidad para hacerlo.

La salvación es de Dios (Salmos 3:8), y comenzó en la eternidad. Él la realizó en la historia, sacrificando a su Hijo, y te la ofrece en tus días, en tu momento histórico, por el Espíritu Santo. Primero, te resucita para que puedas recibir la vida espiritual, y luego, en un proceso, te va santificando por completo por el Espíritu Santo. La salvación pertenece a Dios y toda la gloria de ella es de él. ¿De dónde han sacado esa gloria humana del «Yo decidí»? ¿Qué tú has decidido? Si tú no querías estar en sus atrios. A ti te trajo Dios por el puro afecto de su voluntad. Él te atrajo con cuerdas humanas, y cuerdas de amor (Oseas 11:4). Dios dice: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Juan 15:16). La Biblia dice que en esto consiste el amor, no en que yo amara a Dios, sino en que él me amó primero y entregó a su Hijo en rescate por mí (1 Juan 4:10).

Jesús, en sus enseñanzas, fue muy claro en esto, lo que pasa es que (con tantos razonamientos y humanismo en la interpretación de la Palabra) se ha tergiversado su significado. El hombre no tiene ninguna gloria en la salvación, ninguna. Jesús les dijo a los religiosos: «El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios» (Juan 8:47). Aun así, ellos le insistían que eran hijos de Abraham, pero el Maestro les dijo: «Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais» (Juan 8:39). ¿Qué hizo Abraham? Le creyó a Dios «...y le fue contado por justicia» (Génesis 15:6).


 ·      Jua 17:17  Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.


El seńor te bendiga y te de sabiduria en abundancia

que el Eterno Dios te ayude/forever
Tu hermano Guildo José 
segurosencristo@gmail.com

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