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„JESÚS VINO PARA QUE EL PADRE VUELVA A SER EL TODO“



Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10)

Cuando Jesús vino a la tierra, llegó con un solo propósito: establecer el reino de Dios. El propósito principal de la obra redentora de Cristo fue buscar y salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10). ¿Y qué era lo que se había perdido? Muchos responderán: «El hombre», y yo digo sí, pero antes de que éste se perdiera, ya se había perdido en la tierra el reino de los cielos, pues Dios no podía gobernar voluntariamente la vida del hombre por causa del pecado. Había un señor que era el príncipe de este mundo, que se apoderó del hombre y lo gobernaba a través del pecado y de la muerte (Romanos 5:12). Por tanto, Cristo vino a la tierra con la misión principal de restablecer el reino de Dios, y luego salvar al hombre para que viviera en él. Es imposible que Dios hubiese salvado al hombre para luego dejarlo en el reino de Satanás.

La salvación del hombre no implica únicamente salvarlo de la ira venidera o rescatarlo de las garras del diablo, sino introducirlo al reino de Dios, para que Dios pueda reinar en él. Sólo hay salvación cuando Dios reina. Si Dios no reina no hay salvación. La Palabra de Dios dice: «Alégrense los cielos, y gócese la tierra, y digan en las naciones: Jehová reina» (1 Crónicas 16:31), porque cuando Dios está en dominio, reina la santidad, la justicia y todo lo que es bueno se establece. El diablo vino 

para matar, hurtar y destruir (Juan 10:10), pero cuando Dios reina hay vida, salud, poder, unción, felicidad, gozo, justicia y verdad. El pecado es todo lo contrario a Dios, quien es santo y reina en santidad. Por eso cuando el hombre cayó, Dios lo sacó del huerto del Edén y puso dos querubines a la puerta de este lugar para guardar el acceso al árbol de la vida, y de esta manera evitar que el hombre viviera para siempre y perpetuara así su condición caída (Génesis 3:22-24). Luego, Cristo vino a deshacer el pecado para que Dios reine y sea el todo en todos. Esta fue la misión redentora del Señor Jesús.

Cada vez que nosotros, los predicadores, explicamos el plan de la redención, lo hacemos desde la perspectiva del hombre, pero ahora me voy a tomar la libertad de enfocar las cosas desde el punto de vista de Dios, porque eso precisamente es lo que estamos aprendiendo en este libro, a ver todo de acuerdo a como Dios lo ve. Es como si fuera al trono, tomara los ojos de mi Señor, y me los pusiera en lugar de los míos, para ver las cosas como él las ve. Eso no es fácil, porque nosotros desde que nacemos queremos ser el centro, así se nos enseña desde niños, 
y como individuos, cada uno tiene un universo en su cabeza. Puedo afirmar sin temor a equivocarme que si ahora mismo tú cierras tus ojos, todo lo que percibes a través de tu mente es el mundo del yo; tu mundo eres tú. Sin embargo, en el mundo de la verdad hay solamente una óptica, y es la de Dios. Por tanto, ese es el punto de vista que necesitamos y debe prevalecer para tener una perspectiva correcta de todas las cosas.
Cuando predicamos sobre el plan de salvación, generalmente empezamos diciendo que Dios le dio al hombre, cuando lo creó, el dominio de todas las cosas de esta creación natural. Lo cual es verdad. Él dijo en su santo consejo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra (Génesis 1:26). También afirmamos que el diablo le quitó el dominio a Adán, como hemos visto, pues la Palabra dice que somos esclavos de aquel a quien obedecemos (Romanos 6:16), y al Adán obedecer a Satanás se hizo su esclavo, entregándole el señorío de este planeta.

La Biblia nos muestra las consecuencias funestas que ha sufrido esta creación desde que el diablo sedujo al hombre, lo separó de Dios y le quitó el dominio, para hacerse señor de este mundo. No obstante quiero decirte que lo más trascendental y significativo de la caída del hombre no es que haya perdido el dominio —aunque eso es importante, porque hemos sufrido con creces las secuelas de este pecado— sino que Dios pierda su dominio en la voluntad del hombre. Eso sí es triste, eso sí es lamentable, eso sí tuvo repercusión. Por eso el Señor quiere comenzar desde aquí a enfocar las cosas desde el punto de vista divino, desde su perspectiva. Así entenderemos que lo más deplorable no es que nosotros hayamos perdido su semejanza, sino que Dios haya dejado de ser el centro y el todo en todos.

El gran problema del pecado en la tierra es que Dios deje de ser el todo. Digo esto porque nosotros somos importantes para Dios, pero no somos más importantes que Dios. Nosotros somos criaturas, pero él es el Creador. Dios debe ser el primero, porque él nos hizo y no nosotros a nosotros mismos. Él debe ser el Señor, porque es quien sustenta todas las cosas. Es el Salvador, porque nos redimió con su sangre. Debe ser el centro, porque es la causa de todo y de todos. Con esto, no estoy diciendo que esté incorrecto predicar lo que la Palabra enseña sobre la caída del hombre, pues la Biblia es el libro de Dios para los hombres, no para 

los ángeles, por eso nos habla de esa manera. Quizás estoy siendo muy idealista, no sé, pero lo que sí sé es que Dios nos muestra un camino más excelente. ¿Cuál es ese camino? El no ver tanto nuestra desgracia, sino «la desgracia de Dios», si pudiéramos describirlo de esa manera. Cuando digo «la desgracia de Dios» no quiero decir que Dios está en desgracia, porque en realidad los que estamos en desgracia somos nosotros, sino que esto significa ver las cosas según el perjuicio que trajo al reino de Dios y lo que significa que Dios deje de ser el todo en todos.

Hemos visto en Lucas 19:10 que Cristo vino a la tierra a buscar y a salvar lo que se había perdido, y eso que se perdió fue el todo de Dios. Perdona mi osadía al afirmar esto, porque sé que en el contexto Jesús está hablando de la oveja perdida (el hombre) y no quiero violentar las Escrituras, ya que sería traficar con ella, y de eso ¡líbreme Dios! Pero quisiera que miremos lo que se perdió y lo que Jesús vino a salvar; miremos ese versículo desde el punto de vista de la perspectiva de Dios como el Todo. Por lo cual, ahora, retomando el texto bíblico, respondamos a qué vino Jesús a este mundo: a buscar y a salvar lo que se había perdido. Y ¿qué fue lo que se perdió? Bueno, antes de perderse el hombre, ya se había perdido lo que Dios era para el hombre, o sea el todo.

Puedes llamarme atrevido, pero lo que quiero que entiendas es que, en último análisis, el hombre se perdió como consecuencia de que Dios dejó de ser el todo en él. Analiza el origen de las cosas y verás que la caída del hombre fue una consecuencia de que Dios dejara de ser el todo en todos. Por consiguiente, el propósito de Jesús al venir a la tierra no fue tanto salvar al hombre, sino establecer el reino de Dios en la vida de éste. Jesucristo no vino tanto a salvarte a ti como a salvar el reino, pues salvando el reino te salvaba a ti, porque tú eres criatura del reino. Cuando digo salvar el reino de Dios me refiero a establecer el dominio total y voluntario de Dios en la vida del hombre. En el Salmo 110 Dios le profetiza a su Mesías: «Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder» (Salmos 110:3). El Señor, como soberano, no ha perdido ni nunca perderá su dominio y autoridad sobre el hombre y su creación. 

Por tanto, lo que él quiso restaurar es el dominio voluntario de su reino en el corazón del ser humano.

Puede que esto suene un tanto extraño, porque estamos acostumbrados a ser el centro, inclusive, de la predicación evangélica, pero el centro de la predicación no eres tú ni yo, sino el Señor. Por eso Dios, en su misericordia, nos explica las cosas como criaturas limitadas, pues sabe que el pecado corrompió no tan sólo la mente del ser humano, sino también su conciencia (Tito 1:15; Colosenses 2:18). El Señor nos enseña las cosas alrededor del hombre, pero eso no quiere decir que éste sea el centro del asunto. Entendamos que esto es una controversia que comenzó en el cielo y que la tierra es simplemente el escenario final del conflicto. Yo soy importante para Dios, ¿quién dijo que no? Pero más importante que yo es Dios, y más relevante que yo es su gobierno. Si yo desapareciera, y continuara el trono de Dios rigiendo, establecido, todo seguiría bien, pero si es el trono de Dios el que «desaparece», ten por seguro que tú y yo desapareceríamos también. 

Por tanto, lo que se había perdido era el dominio de Dios, su gobierno en la vida del hombre. Lo que ocurrió fue que los seres creados ya no lo estaban adorando a él, al creador de todas las cosas; ni sirviéndole a él, al dador de la vida. Ya Dios no era el centro que lo movía todo en los pensamientos, en la razón, en la facultad física y emocional de los seres humanos. Así que aun que las criaturas fueron perjudicadas, eso sólo fue la consecuencia. La pérdida en realidad fue para aquel que era el todo.
Tengo décadas estudiando la Palabra de Dios y leyendo el primer capítulo de la epístola a los efesios. Por un tiempo llegué a pensar que la salvación del hombre era la única explicación que había para esos versos. Sin embargo, quiero compartirte lo que he visto desde que Dios me hizo ver el asunto desde su perspectiva, lo cual sé que Dios quiere que tú veas también, no porque no lo hayas visto (puede que para ti ya sea algo viejo), sino porque en el contexto de este tema estoy seguro de que Dios ampliará la visión que ya tienes del mismo, veamos:

„Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia» (Efesios 1:3-6).“

Resumiendo: Dios nos bendijo con toda bendición espiritual (v. 3); nos escogió antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos y sin mancha delante de él (v. 4); por amor nos predestinó y nos adoptó como hijos suyos en Jesucristo, según el puro efecto de su voluntad (v. 5). ¿Y todo eso, para qué? Para la alabanza de la gloria de su gracia (v. 6). ¿Qué gracia? La de haber sido predestinados, para ser adoptados como hijos suyos por medio del amado Señor Jesucristo. ¿Y para qué? Para ser Dios el todo en nosotros.


Seguros en Cristo Ministry Col. 2.10 
Guildo Jose Merino 

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