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„Fue creado para buenas obras“


Es muy poca, relativamente, la cantidad de cristianos que han entendido lo que significa nacer en el Espíritu. Hay un entendimiento muy superficial de este mensaje; y como no lo concebimos no lo hemos valorado. Le pido a Dios su bendición para continuar explicando estos misterios que ya han sido revelados, porque están ahí, en su Palabra. Con este libro, no consideramos que estemos corriendo la cortina. Ya el velo lo corrió el Señor hace veinte siglos. Dios ha dado espíritu de entendimiento a la iglesia y nos ha revelado los misterios, sólo tenemos que orar para que el Señor nos dé espíritu de sabiduría, de ciencia y de revelación, para poder administrarlos en el Espíritu.

La Palabra de Dios es espíritu y es vida. Para entender la vida en el Espíritu, tenemos que creerle al Señor. Ya para nosotros la fe no debe ser un dogma, o una tradición, sino una realidad viviente. Cuando entendemos cómo se nace en el Espíritu, vamos a saber cómo se vive en el Espíritu, cómo se piensa en el Espíritu, cómo se anda en el Espíritu, cómo se crece en el Espíritu y cómo se fructifica en el Espíritu. La Biblia nos da mucha revelación acerca de cómo es el hombre interior. Ya hemos visto dos aspectos acerca de él: Primero, su naturaleza es espiritual; y segundo, fue creado según Dios (Efesios 4:23-24), de acuerdo a él y a su 
carácter. Ahora, la Biblia también nos dice para qué fuimos creados por Dios: para buenas obras.

En Efesios 2:10, el apóstol Pablo, dirigiéndose a los hijos de Dios, dijo: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas». ¿Qué es una hechura? Una creación. Ahí tienes otra evidencia de que el hombre interior no es una mejora de la vida pasada, y ni siquiera una transformación. Podríamos usar la palabra transformación, refiriéndonos a esta simiente santa, pero no lo hacemos debido a que es una palabra muy limitada, y puede insinuar que el nacer de nuevo es una simple transformación y no lo es. La vida pasada es vida pasada. Nacer de nuevo es otra vida que Dios te da. No es la pasada renovada, ni el viejo hombre que se convierte en joven, no, es un nuevo hombre. Comencemos ya a cambiar el vocabulario. La Biblia usa la palabra transformación para referirse al crecimiento del hombre nuevo, pero no para hacer alusión a su nacimiento (Romanos 12:2).

Observa los sermones que se escuchan por ahí, y las cosas que algunos dicen: «Cristo te cambia; yo era un borracho y me cambió». Eso puede ser verdad, pero ¿qué fue lo que cambió? ¿Por qué dejaste de ser un alcohólico, fue debido a que Dios te mejoró el hábito y te cambió el vicio? ¡No! Dejaste de embriagarte porque el Espíritu de vida en Cristo Jesús te libró de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2), entiéndelo, amado. La ley del Espíritu de vida tomó en ti la ley del pecado y la sometió. Eso no es una mejora de la vida pasada ni un barniz o pinturita que Dios le da al viejo hombre. ¡Dios no pone remiendos! Somos hechura suya. Pídele a Dios que grabe con cincel de hierro, con punta de diamante y con letras de fuego esta verdad en tu espíritu, para que, al recibirla, abra el horizonte, con toda su trascendencia, de lo que ciertamente significa esto. No te quedes someramente en lo que te estoy diciendo, comienza a relacionar todo lo que tiene que ver con esta verdad y verás la diferencia.

Un pastor, con quien conversamos largamente en una ocasión, y a quien le explicaba esto, me comentó: «¡Es como si fuera otra cosa!», y le dije: «Exactamente». También me dijo: «Hay que tirar al basurero todo lo que nos han enseñado», y le respondí: «Definitivamente». Y es verdad, hemos sido instruidos por la religión, y como resultado nos empeñamos en decirle a la gente que hemos cambiado y explicamos este encuentro personal con nuestro Salvador superficialmente. Entonces la gente piensa que ser cristiano es sólo abandonar los vicios y luchar contra las tendencias. Así venimos a la iglesia y nos vestimos como cristianos, comenzamos a comer como los cristianos, a cantar como los cristianos, a leer la Biblia como los cristianos, a diezmar como los cristianos, y entonces concluimos: ¡Ya somos cristianos! Y en realidad, todas estas cosas hay que hacerlas, pero el cambio no ocurre en el viejo hombre, lo que pasa es que Dios pone en ti algo que no tenías, una nueva creación.

Observa este versículo: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús» (Efesios 2:10) ¿Acaso dice ahí: cambiados en Cristo Jesús? No. El versículo dice: creados en Cristo Jesús. La Biblia dice, además, que llevamos la imagen del que nos creó. Pero no dice creados en Adán, dice creados en Cristo, porque creados en Adán son todos los hombres nacidos de mujer, pero creados en Cristo solamente los que han nacido del Espíritu Santo. Somos una nueva creación. Tenemos que separar la naturaleza nueva de la vieja. Dios no le pone la mano a la antigua, no la toca, lo único que Dios hace con el hombre viejo es someterlo para que no se enseñoree de nuestro cuerpo mortal (Romanos 6:12).

En tu naturaleza antigua ¿la tendencia tuya es obedecer a Dios? Sieres una persona sincera, tu respuesta será no. Pero en el nuevo hombre, sí anhelas servirle a Dios. Entonces ahora entenderás que fuimos creados en Cristo Jesús para servirle y obedecer a Dios, que son las buenas obras. ¿Pero qué es hacer buenas obras? Es hacer las obras de Dios, es vivir en todo de acuerdo al carácter del Padre. ¿Cómo se le llama a una persona que hace buenas obras? Obediente a Dios, es una persona que vive la vida de Dios. Quiere decir que el nuevo hombre fue creado para obedecer a Dios, para hacer buenas obras.
No obstante, fíjate que el versículo dice que esas buenas obras Dios las preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Efesios 2:10). Es decir, esas buenas obras que haces ya Dios las preparó de antemano para que las hicieras. Esa es la razón por lo que la Biblia dice: «...vestíos del nuevo hombre...» (Efesios 4:24), y también nos exhorta a que andemos en el Espíritu. En otras palabras, cuando la Escritura dice «despojaos» (Efesios 4:22), lo que está diciendo es: «Quítate la ropa del viejo y ponte 

la ropa del nuevo, que es blanca, es santa, es justa, obedece a Dios, y cuando la usas andas en la naturaleza que Dios te dio». Nota que las buenas obras no son tuyas, no eres tú el que las fabricaste. Las obras se operan en ti, pero las realiza el Espíritu Santo en tu interior. Y entiendo todavía un poco más, que cuando dice que Dios las preparó de antemano, quiere decir que cuando Dios te hizo nacer de nuevo y te dio la nueva naturaleza, en ella puso, por ejemplo, la obediencia. Entonces, no es que tú vas adquirir obediencia, a medida que creces, sino que ya está ahí, en ese ser interior, esperando simplemente a que andes en ella.

Mirémoslo de esta manera: Cuando en el embarazo, ese ser pequeñito al cual se le llama cigoto, comienza a crecer, después se convierte en feto y por ahí sigue hasta cumplir el período de gestación. En la fase inicial de su concepción, en los genes está la información de ese ser que va a nacer y sus características. Es decir, por más que quieras crecer, si ahí dice que vas a crecer un metro y medio, hasta ahí vas a llegar, porque ya está programado en tu código genético. Allí se registra si tenderás a ser gordito o flaquito, del color que serán tus ojos; igualmente las enfermedades que podrías heredar de tus progenitores (diabetes, depresión, lesiones cardíacas, presión arterial, etc.), todo eso está programado. Inclusive, hasta ciertas debilidades temperamentales. Aunque algunos digan que no, la ley de la herencia determina nuestra naturaleza y carácter en nuestro hombre adánico.

Así también, cuando Dios crea en ti el hombre espiritual, o sea, la nueva naturaleza, ya Dios te equipó de todo y preparó las buenas obras de antemano para que andes en ellas. Quiere decir que no eres tú quien las haces, sino que cuando andas en el Espíritu, esa obediencia comienza a manifestarse en ti, porque el Espíritu Santo que vive en tu interior hace brotar el fruto de la obediencia de tu hombre espiritual. Ningún ser humano tiene la capacidad de realizar buenas obras, éstas provienen del Espíritu obrando en su vida. Si bien fuimos creados en Cristo Jesús para buenas obras (Efe 2:10), las mismas ya fueron hechas de antemano, no tenemos que hacer nada por nosotros mismos. Por eso, Jesús dice que digamos: «Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos» (Lucas 17:10), pues toda la gloria pertenece a Dios.

El nuevo hombre posee las cualidades de Dios; posee el fruto del Espíritu, o sea, el carácter de Dios, para realizar las buenas obras que fueron hechas por él de antemano. También a este hombre espiritual le fue dado fe, conforme a una medida (Romanos 12:3). Quiere decir que Dios no sólo nos dio las buenas obras para que anduviésemos en ellas, sino que repartió una medida de fe, donde está la convicción de aquello que no vemos, para poder cumplir su propósito. Fíjate que más adelante dice: «...De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe» (Romanos 12:6). Por tanto, existe una medida de fe. ¿Cuándo nos repartió esa fe? Cuando el Espíritu Santo hizo esa obra de regeneración en nosotros. Cuando nacimos de nuevo, recibimos la fe en la naturaleza nueva que Dios creó en nosotros. Ahora, distingue entre el espíritu que recibimos de Adán y el espíritu que recibimos de Cristo, porque todo ser humano recibió en Adán un soplo de Dios. Pero no estamos hablando de ese espíritu, sino que estamos hablando del espíritu que Dios nos dio en el nuevo pacto.

Cuando Dios le anuncia el nuevo pacto a Israel, y dice: «... Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos» (Ezequiel 11:19), estaba anunciando siglos antes, por los profetas, que en el Nuevo Pacto nos daría un espíritu nuevo. Ese es el espíritu nuevo que estamos describiendo, el cual es un hombre nuevo, que algunos llaman corazón nuevo o naturaleza nueva, entre otras terminologías. Así como el pecado es una naturaleza, así el espíritu nuevo es una naturaleza. La Biblia dice que en el pecado somos enemigos de Dios y éramos por naturaleza hijos de ira (Efesios 2:3). Pero ahora somos por naturaleza hijos de Dios, porque el Espíritu de Dios da testimonio a nuestro espíritu de que somos sus hijos (Romanos 8:16), ya no sus enemigos (Romanos 8:7).

Entendamos los textos del Nuevo Testamento desde una nueva perspectiva, en cuanto a la relación y a la posición del hombre con Dios. Cristo en la cruz logró para nosotros una nueva posición ante el Padre, ahora somos sus hijos. Fuimos salvados, justificados, aceptados y ninguna condenación hay ya para nosotros (Romanos 8:1). También tenemos una nueva relación para con Dios. En el presente, comenzamos a disfrutar de esta relación cuando nacemos de nuevo y el Espíritu Santo obra en nuestro interior. Estamos en gloria en cuanto a la posición, y estamos en gloria en cuanto a la relación. Estamos en justicia en cuanto a la posición y estamos en justicia en la relación. Estamos en santidad en la posición, porque Cristo logra santidad para nosotros y estamos en santidad en la relación con Dios.

Analizando nuestras predicaciones a través de las cuales invitábamos al pecador a creer en Jesucristo, diciendo: «Cree en Jesucristo para que seas salvo», aunque veo en esa expresión una verdad, pues es necesario invitar a los pecadores a que crean, tenemos que tener claro que no porque los invitemos a que crean, los impíos creerán en Dios. Entonces, la fe ¿de dónde procede? Del Espíritu Santo cuando te da vida. Ningún pecador puede creer si no nace de nuevo. La fe constituye los ojos espirituales del nuevo hombre. Con la fe se ve el reino de los cielos. Por eso la Biblia dice: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (Hebreos 11:1), porque lo que no se puede ver en la carne se ve en el espíritu a través de la fe. Y para que tú puedas ver, te dio los ojos espirituales de la fe, pues como dice el escritor inspirado: «...por fe andamos, no por vista…» (2 Corintios 5:7).

De cierto, de cierto te digo» -dijo Jesús- «que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:3). Aunque sepas la verdad, y desees fervientemente que las personas crean en Dios, y les prediques con insistencia: «¡Cree que lo que te digo es verdad! Arrepiéntete. ¡Tú tienes que creer en Dios! Él está vivo...», eso es bueno hacerlo, pero es necesario que sepas que la gente no se convierte por milagros, ni por una buena prédica ni por nada de eso. El incrédulo solamente se arrepiente cuando el Espíritu Santo determina y entra a su corazón y lo convence de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16:8). Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo (1 Corintios 12:3). Jesús dijo: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Juan 15:16). La salvación es de Dios. Lo nuestro es el sembrar la semilla, pero el crecimiento quien lo da es Dios (1 Corintios 3:6-7).

La salvación viene de Jehová, y la iniciativa procede de él también. Nadie viene a Dios porque lo ama, sino porque Dios lo amó primero. Es el Señor que busca al hombre, ningún hombre tiene la capacidad de venir a él. Dice la Biblia: «No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» (Romanos 3:11-12). El pecado inutilizó al hombre y lo incapacitó para la vida espiritual. Por eso Dios lo busca, porque el hombre no puede encontrarle. Dios tiene que resucitarlo de entre los muertos, para traerlo a la vida de Cristo Jesús. Y él lo hace.

Esa es la razón por la que Jesús dijo a los saduceos, cuando les habló de la resurrección de los muertos: «... ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos» (Mateo 22:31-32). Para estos hombres, que no creían en prodigios, ni en ángeles, ni en resurrección, ni en espíritus, aun viéndolo escrito en la ley, les era imposible creer, porque no les había amanecido. Estoy seguro que podían recitar estos versos de memoria, pero les faltaba la revelación del Espíritu en su entendimiento. Dios dijo: «Yo soy el Dios de Abraham» y lo hizo usando un tiempo presente, aunque cuando lo dijo, Abraham ya había muerto. Es decir, eso estaba clarísimo, mas el velo estaba puesto en sus ojos, y no entendieron la expresión. Y nosotros estuvimos igual que ellos. Por eso Cristo resucitó, para dotarnos de una nueva naturaleza en el Espíritu, capaz de discernir las cosas espirituales.

Dios te resucita a la vida de Jesús, porque él no es Dios de muertos, sino de vivos. Estábamos muertos en Adán, y el primer auxilio de Dios en la salvación es resucitarnos. Esa obra la hace Dios a través del Espíritu Santo. Después que te resucita te hace ver el Calvario y la necesidad de un Salvador. Y como en el nuevo nacimiento recibiste la fe, la misma te hace ver al Cristo que antes no veías, valorar su sacrificio, extender la mano y aceptarlo. En aquel momento eres justificado por la fe recibida, lo que antes te era imposible. Esa es la realidad, y no como fuimos enseñados, que eran «pasos» y decisiones simplemente. Por ejemplo: Paso 1, cree. Paso 2, arrepiéntete. Paso 3, conviértete, etc. Todo eso nos aturde el pensamiento, pues no se nos ocurría pensar con qué capacidad un muerto puede creerle a Dios, si un muerto es una masa inerte, sin vida. El Señor tiene que decirle al pecador como le dijo a Lázaro: «¡Lázaro, ven fuera!» (Juan 11:43), y lo revive, y luego le revela su Palabra.

Tú y yo estábamos como aquellos huesos en tiempo de Ezequiel, al que Dios le preguntó: «Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?» Y el profeta le contestó: «Señor Jehová, tú lo sabes» (Ezequiel 37:3). La Palabra dice que Jehová ordenó a Ezequiel profetizar sobre aquellos huesos, y entonces comenzaron a reconstruirse y se formó la estructura, la parte 
ósea del cuerpo. Después se añadieron tendones, los músculos, la carne, los órganos, etc. Luego vino el Espíritu de Jehová y les dio aliento, y al ponerse de pie se constituyó en un enorme ejército. Aunque esta profecía se refiere a Israel, muy bien ilustra lo que sucedió con nosotros los creyentes. Esos muertos éramos tú y yo, la iglesia de Cristo. El Señor sopló con su Espíritu y ha dado vida a los muertos espirituales. Hemos recibido la vida del Cristo resucitado, llena de fruto de justicia, para la alabanza de la gloria de Dios.

Echemos fuera de una vez el error de en medio nuestro, y no continuemos tratando de vencer el pecado, mejorando el carácter o tratando de transformar el temperamento, porque eso es un engaño del diablo. El temperamento tuyo seguirá siempre con la misma inclinación, pues nadie puede cambiarlo. Hay formas de educar o mejorar el temperamento, pero es algo temporal, nunca definitivo. No pierdas el tiempo con el «cerdito», apartándolo, bañándolo, perfumándolo y domesticándolo, pues, en el primer descuido, se irá al cieno, porque su tendencia es hacia el lodo y deleitarse en el estercolero.

Tenemos que cambiar la predicación, porque cuántos sermones hemos escuchado desde los púlpitos, exhortando a que cambiemos el temperamento, o que si tengo una debilidad en cierta área, que haga ejercicios mentales y religiosos. Todo el día meditando en mi debilidad para ver si puedo vencer la inclinación, pero es una mentira. Si tú tienes ataduras sexuales o de drogas, alcoholismo, etc. y el Señor no te liberta, nunca serás libre (Juan 8:36), óyelo bien. Porque podrás simular un cambio, y aparentar delante del mundo que lo lograste, pero tu corazón y conciencia siempre vivirán oprimidos.

He visto como los espíritus se apoderan de las personas y adormecen sus conciencias a medida que pecan. Una buena ilustración es el espíritu de mentira. Todo hombre es mentiroso. Es algo que sale espontáneo, cuando al hablar decimos algo contrario a lo que sabemos que es la verdad. Mentimos no sólo con palabras, sino con actitudes y hasta con el silencio. Muchos consideran que hay «grados de mentira» y creen que una «buena» motivación convierte la mentira en verdad o en menos mentira. De esta manera, una mentira blanca es media verdad, y así comienzan a mentir: Primero, una mentirita blanca, después dicen otra mentirita verdecita, teniendo como resultado una amalgama de colores. 
El diablo los ve y dice: «Mira cómo van esos ejercitando su naturaleza carnal». ¿Y sabes qué pasa después? Caen en un espíritu de mentira de manera tan arraigada que luego se les hace difícil hablar verdad hasta en lo mínimo.

Es triste ver hermanos llorando por esa tendencia a mentir, y dicen: «¡Yo no quiero hablar mentiras, pero no lo puedo evitar!» Eso se llama espíritu de mentira. La naturaleza de Adán siempre es y será mentirosa. Cuando tú practicas la mentira es como si entrenaras o adiestraras esa tendencia natural que hay en ti, y que todos tenemos. Es como si cogieras una pesa (la mentira) en tu brazo derecho (labios), y ejercitaras ese brazo solamente. Verás que al correr del tiempo el brazo ejercitado cobró un tamaño desproporcionado con relación al otro brazo. Ahora vas a tener un brazo forzudo y otro debilucho. ¿Por qué? Porque así lo entrenaste. Así entrenamos nuestros labios a mentir y a falsear, y lo que primero justificamos como necesidad, luego se convierte en una gran debilidad personal.

 La Biblia dice: «Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros» (Santiago 4:7). Pero al diablo hay que resistirlo con firmeza, poniendo cerrojos de hierro en Cristo Jesús, para que no entre, pues la carne es traidora. El profeta dijo: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jeremías 17:9). Hay quienes dicen conocer la carne. Los sicólogos y sociólogos, que estudian todo lo relativo a las relaciones humanas, conducta, etc., han desarrollado ramas de estudios y diversas teorías acerca del comportamiento del hombre. Muchos guían sus vidas dependiendo de estos enfoques y escuelas, pero estas ciencias siguen siendo «experimentales», porque la naturaleza humana está dañada y cada vez se hace más complicado su estudio. La Escritura dice: «Y por haberse 

multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará» (Mateo 24:12). Cada día aparecen nuevas ramas de estudios del comportamiento, dependiendo en qué aspecto de la conducta humana se enfoque, porque todavía no se ha dicho la última palabra. 
No hay quien entienda la mente del hombre, son muchas las esferas intactas en el ser humano, y mientras más se estudia, más se complica, porque el pecado va en aumento.
Esto nos enseña que el pecado es un germen maldito que ha calado en la parte más profunda de las facultades humanas y desde allí salen todos los venenos mortales, pues como serpiente venenosa es lo que tenemos dentro (Romanos 3:13). Esa es la razón por la que necesitamos cada día 
andar en el Espíritu. Tenemos que conocer todo lo que Dios nos ha dado, fortalecer el hombre interior, alimentar esa simiente santa, de tal manera que no haya cabida para la carne y ni aun el diablo tenga nada qué decir de nosotros. Acabemos ya con la inútil práctica de tratar de mejorar el viejo hombre y andemos en las obras que ya Dios nos preparó.



Seguros en Cristo Ministry Col. 2.10 
Guildo Jose Merino 
www.segurosencristo.blogspot.com



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