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Tenemos una naturaleza nueva“


 „la naturaleza nueva que Dios nos ha dado, el hombre espiritual, se deleita en hacer la voluntad de Dios. En cambio, el hombre carnal no puede agradar a Dios y no quiere sujetarse a él ni puede, por naturaleza (Romanos 8:7).“

Pero nosotros damos gracias a Dios por Jesucristo Señor nuestro, porque en él tenemos la victoria y el poder para vencer el pecado y agradar a Dios. En tu nueva naturaleza puedes decirle «No» al pecado, y ser capaz de buscar a Dios, y no resistir el día de salvación. Puede que alguien le diga no a Dios, pero no porque pueda hacerlo y esté consciente a lo que se está negando, sino porque no ha nacido de nuevo, y por ende no tiene capacidad de discernir. Ahora pregunto: Un niño que nace ¿puede decirle a la madre que no quiere nacer o que quiere retroceder de feto a embrión? ¿O puede la madre decirle al médico: «Doctor, vuelva el alumbramiento a su primer período, y devuelva este niño a mi útero, no lo quiero alumbrar, que vuelva a la nada»? ¡No, eso es imposible, una locura! No hay manera de retroceder, ni siquiera la madre, que teme al parto, puede retener el feto en su vientre cuando el tiempo de gestación ya se cumplió. Pues entiéndelo, el que nace de nuevo, ya nació. Y si nació de Dios, es imposible negarse a él.

El hombre a veces decide algo y más tarde se arrepiente; y lo que hoy se desvivía por tener, mañana cuando lo obtiene ya ni se acuerda. Pero en Dios, dice la Biblia: «... no hay mudanza, ni sombra de variación» (Santiago 1:17). El Señor es el mismo ayer, hoy, y por los siglos (Hebreos 13:8). Nosotros, en cambio, somos seres que nos comportamos según el estado del tiempo. Si está nublado nos portamos de una manera, pero si hay sol nos comportamos de otra. Y juzgando de esta manera decimos: «Si me porto mal, él reaccionará mal, pero si me porto bien, Dios estará a buenas conmigo. Cuando me siento triste, es que mi Dios está triste, pero el día que estoy contento sé que él está contento». ¡Craso error! La Biblia nos dice otra cosa:

„Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos (Isaías 55:7-9).“

Nosotros no podemos compararnos con Dios. Hacerlo sería algo jocoso. Es como si un juguete, una muñeca de trapo, se considerara una persona, alguien importante y dudara de la existencia del hombre que la hizo. El ser humano juzga todas las cosas, inclusive a Dios a través de su mente limitada; por eso tiene un concepto de Dios tan desvirtuado. Amado, Dios es Dios. Que todos lo sepan: el Dios que hizo los cielos y la tierra es Soberano y Eterno. Como dice la Palabra: Él es «...el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén» (1 Timoteo 6:15-16).

Sólo la naturaleza santa que Dios nos ha dado, nuestro hombre interior, se complace en la ley de Dios. El Apóstol Pablo dijo: «... según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo OTRA LEY en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros» (Romanos 7:22-23). 
Es decir, hay dos leyes que operan en nosotros, dos naturalezas que se oponen entre sí: El hombre interior a través del Espíritu Santo nos inclina hacia la vida; y el hombre carnal a través del pecado nos lleva hacia la muerte. Por eso el Apóstol clama: «¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Romanos 7:24). Esa es la misma exclamación de la humanidad, que grita desesperada: «¿Quién me librará?» Ese es el grito anhelante, de aquellos que han nacido de nuevo, que aspiran librarse de esa naturaleza carnal y pecaminosa.

Mas en el versículo que sigue, el apóstol añade: «Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado» (Romanos 7:25). Y te preguntarás: «Pero ¿cómo puede ser que yo al mismo tiempo le sirva a Dios y al pecado?» Esto ocurre, amado, porque después de nuestro nuevo nacimiento, hay dos naturalezas en nosotros. La Palabra de Dios lo explica claramente: Con la ley de la mente (el hombre interior), le sirvo a Dios, pero con la otra ley (la carne), le sirvo al pecado. Dios desea que andemos en la naturaleza espiritual para que le podamos servir como es digno.

Es decir, la naturaleza nueva que Dios nos ha dado, el hombre espiritual, se deleita en hacer la voluntad de Dios. En cambio, el hombre carnal no puede agradar a Dios y no quiere sujetarse a él ni puede, por naturaleza (Romanos 8:7). O sea, su inclinación no es hacia Dios. Nuestra naturaleza carnal es como la ley de la gravedad cuya fuerza lleva los cuerpos hacia abajo, hacia la tierra. Pero la naturaleza espiritual es como el globo de goma, que inmediatamente se llena de aire, si lo sueltas, va hacia arriba, y es imposible pretender que se quede estacionado en cualquier lugar donde lo coloquemos. Si éste no se ata a algo o se le pone una pesa que lo retenga, se remonta por los aires, pero por sí mismo no puede detenerse, tiene que ir hacia arriba, hacia las alturas donde está Dios. Ese es el hombre interior, tal como dijo Pablo, el que se deleita en la ley de Dios (Romanos 7:22)

Todo el que nace de Dios quiere hacer su voluntad, y eso es posible cuando andamos en el Espíritu. Muchos lo ven como algo inalcanzable, porque la religión lo ha complicado, pero Jesús dijo: «…mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mateo 11:30). Vivir en el Espíritu, para un nacido de nuevo, es tan fácil como respirar para una persona, a menos que sufra de asma o de un problema respiratorio; y como quiera, aunque lo haga con dificultad, respira, porque es natural, pues si no respirara estaría muerta. Desde que yo nací no he parado de respirar. Respiro cuando me alimento, cuando bebo, cuando hablo, cuando duermo. Mas cuando analizo que tengo que respirar, se me hace un bloqueo, y siento como si el aire me faltara, porque estoy mecanizando o quiero regular un sistema que es involuntario, espontáneo, algo natural.

De la misma manera en que nos dejábamos llevar por los impulsos de la carne e ignorábamos al Espíritu, ahora llevémonos por los impulsos del Espíritu e ignoremos la carne. Si el Espíritu quiere oración, pero tu carne quiere dormir, déjate llevar por él y levántate a orar. Si el Espíritu quiere adoración a Dios, no pienses que estás cansado, y levanta las manos. Si el Espíritu quiere visitar al hermano que está hospitalizado, pero la carne no resiste ir a un hospital, desecha la meticulosidad de la carne y hazle una visita, eso fortalecerá tu fe. No frenes la voz de Dios que dice: «Levántate a orar. Medita en mis palabras. Ve a la iglesia. No descuides la intercesión. Conságrate. Eso no te conviene, va a resultar en algo malo...» ¿Oyes la voz del Padre, desde tu interior? Pues, simplemente obedécela. Puede que la lucha sea difícil, pero no es imposible. Mira a Jesús y di como dijo Pablo: «Todo lo puedo en cristo que me fortalece» (Filipenses 4:3), pues si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu (Gálatas 5:25).

Tenemos una naturaleza nueva que está dotada de todo lo que necesita un ser para existir. El escritor inspirado nos compara con la palmera. Y dice: «El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano. Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes, para anunciar que Jehová mi fortaleza es recto, y que en él no hay injusticia» (Salmos 92:12-15). Como árbol frutal, así es el nacido de nuevo, dando el fruto de justicia para saciar al hambriento. Seamos naturales en el espíritu, porque los frutos que produce la religión son forzados. El árbol de la religión es como el arbolito de navidad que se ecora con frutos artificiales. El religioso está colmado de frutos, llamativos y variados, pero todos falsos. El árbol de la nueva creación, en cambio, está: «…plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará» (Salmos 1:3).

Ese árbol es tipo del varón perfecto: Jesús, al cual Dios: «… exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre» (Filipenses 2:9-11). El evangelio es la fe pura que Dios les dio a los santos, que le da toda la gloria a Dios y ninguna al hombre. Por eso es que el hombre lo rechaza. El evangelio es la verdad que exalta a Dios y a su Cristo, y la tendencia de la humanidad es similar a la del diablo, adorarse a sí mismo. La religión todo lo tuerce, todo lo manipula, porque es humanismo disfrazado de buenas nuevas. Mas la Palabra de Dios toma la gloria del hombre, así como Dios tomó a Saulo de Tarso, con todo su orgullo y petulancia, y lo tiró por el polvo, y la boca se le llenó de arena, y los ojos se le cegaron (Hechos 9:1-9). Eso es lo que Dios hace con la arrogancia del hombre, la aplasta, para al final hacernos bien.

La religión es humana, por eso todo lo daña. Sus fundamentos varían, según le convenga, y nos enseña de una manera equivocada a luchar contra el mal. Constantemente, nos infunde miedo al diablo, diciendo: «Ten cuidado, que el diablo no te engañe. Mira lo que le pasó a David que era un hombre de Dios, se descuidó y cayó en adulterio. Mira lo que le pasó a fulano, etc.» La religión es del diablo, y a Satanás le encanta que estemos inseguros de la salvación, por eso siempre está metiéndonos en temor. Pero veo que Jesús continuamente enseñó: «... ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! [...] No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino» (Mateo 14:27; Lucas 12:32). Alguien se puso a contar cuántas veces, en la Biblia, le dice Dios al hombre «NO TEMAS», y fueron trescientas sesenta y cinco veces. Así que tenemos una Palabra de consuelo por cada día del año para que no vivamos en temor. ¡Gloria a Dios!

Es importante notar que en Dios no hay temor. Los cristianos seguimos al Señor por amor y no por miedo a sus juicios (1 Juan 4:19). Dice la Palabra: «En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que 
tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor» (1 Juan 4:17-19). Por tanto, donde quiera que veas esa insinuación de duda, o notes apariencia, mecanismo, manipuleo humano, es religión. Entonces haz como le dijeron los ángeles a Lot: «Escapa por tu vida...» (Génesis 19:17); o como el apóstol le exhortó a Timoteo: «Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas…» (1 Timoteo 6:11), porque en Dios todo es espiritual, y como dice la Palabra: «…el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Corintios 3:17).

Cuando andamos en el Espíritu de Dios no estamos sometidos a mandamientos de hombres. El espíritu religioso no honra a Dios, pues como dicen las Escrituras: «…en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la TRADICIÓN de los hombres…» (Marcos 7:7-8). Los religiosos andan en apariencia, y dicen en su corazón: «Déjame ir para que me vean. Si hago esto sabrán que soy un santo. Mejor me sacrifico y transporto al hermanito hasta su casa, para que no digan...» Con esto se apartan de la verdad, pues la Biblia enseña que si al actuar, mi motivación no es el amor, nada vale, nada tengo ni nada soy (1 Corintios 13:1-3).

Sé que hay cristianos en las iglesias que andan cabizbajos, porque no han recibido el bautismo con el Espíritu Santo. La religión, de algo tan santo como es ese regalo de Dios, ha creado desavenencias y competencia. Recuerdo un hermano que muy preocupado me llamó y me dijo: «Hermano Jose, todavía no he recibido el bautismo con el Espíritu Santo. Me he escudriñado, pero me dicen en mi iglesia que lo que pasa es que estoy en pecado, y por eso no fluye el Espíritu en mí. Hago todo lo que dice mi pastor: Ayuno, «doblo mucha rodilla» como me dicen, orando, pero sigo sin ser bautizado. ¿Qué hay de malo en mí?» ¡Qué barbaridad! Le dije: «Amado, el Espíritu Santo, la promesa, es para los que creen (Hechos 2:39). Dios se la dará, pero cuando él quiera. Quizá se la impartió ya y no fluye por ese bloqueo que usted tiene. Permítele que venga, dejándolo que fluya naturalmente».

Y esto, no es un hecho aislado, pues supe de un hijo de un pastor, que también fue llamado al ministerio, y le sirvió a Dios con fervor, pero no 
había sido bautizado con el Espíritu Santo. Ese detalle puso en aprieto el ministerio de este siervo, ya que muchas iglesias ponen como condición para ministrar el ser bautizado con el Espíritu Santo y que la persona hable en otras lenguas. Así que, según ellos, él no podía ser pastor, porque de acuerdo a los reglamentos de la organización, si no hablaba en lenguas, aunque tuviera el llamado de Dios, no podía serlo. Él se rompía la cabeza tratando de ser bautizado, pero tenía un bloqueo. Esta experiencia traumática lo llevó un día a actuar de una forma deshonesta. Él relata que una vez, en una reunión, se dijo: «Si el requisito es hablar lenguas, les voy hablar en lenguas». Y comenzó a actuar como si hubiese sido bautizado con el Espíritu Santo. Emitió algunos sonidos y simuló que estaba hablando en lenguas, logrando así impresionar a los hermanos y entrar en el ministerio.

¿Qué pasó aquí? ¿Qué aprendemos de este caso? Que la presión es tan fuerte, en el ambiente religioso, que hace actuar erradamente. Hay que dejar al Espíritu que fluya. No pretendamos hacerle camino al Espíritu Santo, dejemos que lo haga él. Seamos espontáneos en el Espíritu, no nos dejemos manipular por nadie. Cuando una persona trata de enseñarte que es superior a ti en el Espíritu, repréndalo en el Nombre de Jesús, porque eso no es el Espíritu que hemos recibido del Padre. Hay hombres que tienen dones más extraordinarios que otros, pero todos somos iguales en Cristo Jesús.

En el reino de Dios, dijo Jesús: «… el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo...» (Mateo 20:26-27). Ahora, tenemos que reconocer que hay hombres y mujeres que Dios, por su gracia, les ha dado a administrar mucho, pero al que mucho se le da, de igual manera se le demandará. Lo importante, sin embargo, es que Cristo nos elevó a todos a la derecha del Padre y allí está cada uno de los creyentes. Por eso no permito que nadie me subestime en Cristo Jesús. Soy lo que soy en él, y doy gracias a Dios por lo que me ha dado en su Hijo. Reconozco que hay otros hermanos que tienen más que yo, pero no tenemos que envidiar a nadie, ni querer ser como nadie, somos lo que Dios ha querido que seamos y si Dios lo quiso así, eso es lo perfecto, pues su voluntad es perfecta en todo.

Está claro que no puedes forzar al Espíritu, pero sí permitirle que cumpla su propósito en ti. Tú has recibido a Cristo en tu espíritu, y estás siendo santificado. Mi gran deseo es que él haga crecer tu potencial espiritual hasta la plenitud. O como lo expresa la Biblia:

„..hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor (Efesios 4:13-16).“

No obstante, tenemos que orar a Dios y velar para que la iglesia no se convierta en una competencia de santidad. Cuando nuestra motivación no es el amor, la carnalidad convierte a los santos en santurrones. En muchas congregaciones existe lo que llamo «competencia de santidad». En vez de haber amor lo que hay es mucha carnalidad. Recuerdo, cuando salí del círculo religioso donde estaba, que le pregunté a Dios: «¿Cómo dirigiré ahora tu iglesia?» Él me dijo: amor, quítale toda oportunidad a las ovejas en la que pueda crecer en el orgullo». Luego me mostró algunas áreas, que son las siguientes:

El púlpito: No es una plataforma para darse a conocer, sino dar a conocer a Cristo. Por eso, no debe dársele el micrófono a todo el mundo, sino a aquellos que el Espíritu nos da testimonio que ministrarán para edificación, consolación y exhortación. Muchos tienen fiebre de testificar en público, pero en su corazón lo que existe es un deseo de exhibirse. Estos dicen: «Hermano, quiero decir algo a la congregación, permítame», y se toman todo el tiempo del sermón. Pero el culto es el tiempo de adoración a Dios, no podemos tomarlo para avisos y otras cosas que desvíen del propósito santo de alabar al Rey.

Pablo dedicó todo un capítulo para instruir a la iglesia acerca de cómo deben usarse los dones del Espíritu en las reuniones públicas de los santos. Ese capítulo es 1 Corintios 14. En el verso 26, el apóstol dice: «¿Qué hay, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación». En el culto a Dios, tiene que haber libertad para que el Espíritu dirija y se manifieste como quiera. Él puede decidir traer la edificación a través de cualquier hermano, ya sea en profecía, doctrina, revelación, salmo, interpretación de lenguas, etc., pero haciéndolo todo: «decentemente y con orden» (1 Corintios 14:40). Personalmente, he dedicado mucho tiempo a instruir a la congregación y a los profetas con relación al uso de los dones espirituales en el servicio a Dios. Creo que los excesos y vicios a este respecto han hecho mucho daño a la iglesia y nos han robado mucha edificación. Lo más importante de un culto es la adoración a Dios y la edificación de su iglesia.

Los ministerios
Los ministros de Dios no se eligen por acuerdos de hombres; a estos los aparta el Señor. La elección y reelección de ministros en la iglesia es un sistema humano y carnal. ¿Dónde dice la Biblia que se haga elección para los ministerios? En la Palabra de Dios encontramos que el Espíritu Santo dijo: «…apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron» (Hechos 12:2-3). Así hace Dios en la iglesia. El Señor llama, da testimonio al gobierno de la iglesia de quien es llamado. Luego a esa persona la pasa por un discipulado o tiempo de capacitación, donde se le da la oportunidad de ser probada y aprobada. Entonces el Espíritu Santo le indica a la iglesia cuándo debe ser apartada para ministrar. Ese es el método de Dios.

Cuando una iglesia es guiada por el Espíritu Santo, se conduce por los principios bíblicos y no por las tradiciones de la cultura eclesiástica. Observemos en toda la Escritura y notemos que el proceso de Dios para sus ministros es el siguiente: él llama, capacita, aparta y envía. Moisés, por ejemplo, fue capacitado cuarenta años para servir otros cuarenta años a Dios. El Señor nunca envía a nadie a servir sin antes pasarlo por un tiempo de preparación y entrenamiento. Josué fue siervo de Moisés por cuarenta años antes de ser apartado como caudillo de Israel. Samuel, primero servía delante de Elí, en pequeños servicios (1 Samuel 2:11), y 
luego, dice la Escritura que «ministraba a Jehová en presencia de Elí» (1 Samuel 3:1). Pero termina diciendo: «Y Samuel creció y Jehová estaba con él... y todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová» (Isaías 3:19,20). David fue llamado por Dios y ungido por Samuel, y luego fue capacitado, sirviendo al reino de Saúl por cuarenta años, tiempo después llegó a ser el rey de Israel. Eliseo fue llamado y recibió su entrenamiento sirviendo a Elías, para más tarde recibir su manto y unción.

Los apóstoles fueron llamados por Jesús, sirviendo con él tres años y medio. Después que fueron llenos del Espíritu Santo, fueron enviados. Eran discípulos antes de ser apóstoles. Vemos que Saulo de Tarso fue llamado camino a Damasco. Predicó por un tiempo como un testigo de Cristo, y fue apartado como apóstol más de quince años después, en Antioquia de Siria (Hechos 15:1-3). Ninguno de estos hombres fue elegido por una comisión de nombramiento ni tampoco por votación popular. Pero veo que la iglesia ha dejado a un lado las Escrituras y al Espíritu Santo para adoptar el método de la democracia representativa. Algunos compañeros en el ministerio me dicen: «En la próxima convención (de su concilio o denominación) voy a correr para obispo o presbítero». Te confieso, hermano, que este lenguaje me parece extraño y político, pero no del Espíritu, pues «si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu» (Gálatas 5:25).

Hoy, para ser ministro, se requiere un título de un seminario; pero en el tiempo apostólico era el llamamiento, la madurez y el testimonio. La capacitación requerida actualmente para ministrar es teológica y administrativa. Para los apóstoles alguien era apto para el ministerio, cuando podía ser un maestro de piedad. Cuando había crecido tanto, en el fruto del Espíritu y en la asimilación práctica de la verdad, que estaba listo para enseñarla con su vida (1 Timoteo 3:1-7). Los ministros de ahora tienen que aprender a predicar y a preparar mensajes que satisfagan las reglas de la homilética, mas la Biblia nos enseña que cuando Dios llama a un hombre le dice: «He aquí he puesto mis palabras en tu boca» (Jeremías 1:9). Dios nunca envió un mensajero sin mensaje. Todos los profetas recibieron un mensaje de Dios para el pueblo. Hoy, los ministros tienen que preparar sermones, porque no tienen mensajes. Imagínate, por ejemplo, que los escritos de los profetas, en vez de decir: «Y vino palabra de Jehová a mí diciendo: ...», dijeran: «Jehová me dijo: Prepárate un mensaje para este pueblo». Hermano, este es sólo un ejemplo que nos muestra cuánto nos hemos desviado y cuán urgente es la necesidad de que la iglesia vuelva a la vida del Espíritu.

Títulos y Cargos: En el reino de Dios sólo hay siervos. Todos los títulos, apelativos, cargos, etc., deben ser relegados al nombre de «siervos». Por lo que entiendo que eso de presidente, director, artista cristiano, etc., son títulos que no aparecen en la Biblia, por lo menos, refiriéndose a los ministros de Dios. En cambio, sí he encontrado en la Biblia las palabras siervos, diáconos, levitas, ancianos, cantores, músico principal, etc. en relación con los llamados por Dios. Y esto no tiene nada que ver con el desarrollo del lenguaje o la expresión. ¿No será por eso que se nos advirtió?: «... a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno» (Romanos 12:3).


Seguros en Cristo Ministry Col. 2.10 
Guildo Jose Merino 
www.tiemporeales.blogspot.com
Zürich / Schweiz


Aprende Inlges en 3 meses, asi de facil