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„¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?“ tercera parte

También Jesús les dijo a los fariseos: «¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra» (Juan 8:43). ¿Por qué no entendían a Jesús? Porque Jesús no les estaba hablando un lenguaje terrenal, sino espiritual. Si escuchamos a alguien hablar en chino, no lo vamos a entender, si no es nuestra lengua ni nunca hemos estudiado ese idioma. Eso fue lo que Jesús le dijo a Nicodemo: «Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?» (Juan 3:12). Sólo el hombre espiritual entiende lo espiritual. Tú puedes entender a Jesús si naciste de nuevo y tienes la misma vida de Cristo. Si eres del reino y has nacido en el reino de Dios, entonces puedes entender el vocabulario celestial, pero alguien que no haya nacido de nuevo o que no es de Dios nunca podrá entender el lenguaje del Señor.

Nota que los fariseos eran tremendos guardadores de la ley, y estaban pendientes de lo que era lícito o ilícito con relación al cumplimiento cabal del Pentateuco. Pero vemos que observaban el sábado, día de reposo, pero no guardaban la fe en el Señor del día de reposo (Mateo 12:8). ¿Por qué? Porque seguían la letra, pero no el espíritu de la ley. Como no eran de Dios, no podían concebir a Cristo como el Mesías, y mucho menos podían responder a su cuestionamiento: «¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?» (Juan 8:46). Sólo el nacido de Dios reconoce su insuficiencia y tiene fe para creer en Jesucristo como su Salvador.

Esa es la razón por la que la actitud de Jesús hacia ellos era inclemente y categórica. Lo podemos ver cuando les dijo: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira» (Juan 8:44). Fíjate que Jesús les estaba hablando a estos religiosos que profesaban ser el «pueblo de Dios», a esos hombres que guardaban todas las cosas, pero que Dios no había sembrado nada en ellos. Estaban tan llenos de su propio conocimiento y envanecidos por su propia justicia, que decían no tener necesidad de ser redimidos por Dios (Juan 9:41). Se justificaron ellos mismos con sus obras, desechando la puerta que Dios había abierto para salvación.

Podemos hacer las cosas de Dios y no ser de Dios. Jesús dijo: «De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador» (Juan 10:1). Nota que entran al redil de las ovejas, pero no por la puerta que ha sido dispuesta para ello. Las obras de los fariseos sólo eran mandamientos aprendidos (Isaías 29:13), meras formas, porque Dios no había obrado en ellos. Hay personas que dicen: «Pero yo he visto a fulano, que con sus meditaciones yoga ha logrado cambiar, es otro; entonces, sí se puede». No amado, no te engañes. En apariencia parecen haberlo logrado, pero su transformación no es auténtica, porque sus obras no son hechas por Dios ni en Dios. Nada que no provenga de él permanece.

Una hermana de la iglesia nos dijo que un día estaba lavando y escuchó a una señora que decía a otra: «Ese hombre está como loco. Se convirtió y regaló la estufa, la nevera, la ropa y no sé qué más. Por eso le dije a mi esposo: Ten mucho cuidado, no vaya a ser que por estar juntándote con él empieces con la misma cosa, y me dejes en la calle». Entonces la hermana se acercó y les explicó que, aunque eso no es una regla, generalmente, el que acepta a Cristo se le quita el apego a lo material, y comienza a actuar de manera inusual. Y es verdad, la Biblia dice «si estamos locos, es para Dios» (2 Corintios 5:13), pues lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres (1 Corintios 1:25). Muchos dicen: «Estos definitivamente están locos, están metidos veinticuatro horas en la iglesia, y todo el tiempo hablando lo mismo: Cristo, Cristo, Cristo. Está bien que creas en Dios, pero esto es demasiado. ¡Son fanáticos!». Y lo seguirán diciendo, porque dice la Biblia que: «... la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios» (1 Corintios 1:18). Lo que Dios hace nadie lo puede estorbar.

No obstante, el que sigue el evangelio de Jesús no está tan interesado en someterse a regulaciones exteriores, como de vestidos, comidas y bebidas, sino en obedecer la Palabra de Dios. El que es nacido de Dios, su Palabra oye, pero el que no es de Dios no. Muchos creyentes, con el gozo de la salvación, se acercan a las personas para convencerlas de que pongan su corazón en Dios, y al ver que la gente lo rechaza, se frustran y se turban.

Ellos deben entender que no es de todos la fe (2 Tesalonicenses 3:2). Únicamente cuando Dios les abre los ojos es que los hombres pueden ver. El evangelio es la perla de Dios, por tanto, debemos ministrar bien la Palabra de verdad. Antes yo establecía discusiones con los ateos para demostrarles que Dios existe, ahora no pienso cometer ese tipo de tontería, porque no edifica. Prefiero testificarles de Cristo que tratar de convencerlos con argumentos.

El Señor es el que añade a la iglesia los que han de ser salvos (Hechos 2:47). Hay muchos que piensan que, en el tiempo de la iglesia primitiva, las personas aceptaban al Señor porque la iglesia estaba consagrada; y daban todo lo que poseían porque se encontraban en un ambiente sano y lindo. Mas la gente no viene a la iglesia porque hay amor o se va porque hay odio, el factor por el cual vienen es porque Dios los llamó, porque nacieron de nuevo. Dios puede usar el testimonio de la iglesia para atraerlos, pero no para convencerlos. El Señor no añadió a los que no iban a ser salvos, sino a los que iban a ser salvos. Es cierto, muchos vienen, pero sólo los que son de Dios permanecen.

En el libro de los Hechos, capítulo 13, dice que se reunió casi toda la ciudad para oír la Palabra de Dios, por lo que imagino la muchedumbre de gente que había allí aglomerada, para escuchar a los apóstoles (Hechos 13:44). No obstante, dice que sólo creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna. Muchos de los allí reunidos se regocijaron y glorificaron el Nombre de Dios, pero únicamente se bautizaron aquellos que Dios había elegido para salvación (Hechos 13:48).

El caso de Lidia también nos ilustra cómo, entre tantas mujeres dispuestas a escuchar, en la única que se hizo vida la Palabra de Dios fue en ella (Hechos 16:14). Todas escucharon la Palabra con la misma unción y poder, pero ¿quién fue la que escuchó y dio fruto de arrepentimiento? Aquella a quien Dios le abrió el corazón. El que es de Dios la Palabra de Dios oye, el que no es de Dios hasta se le puede aparecer un ángel y de nada servirá, porque no tiene fe, no ve ni oye ni entiende.
Hace un tiempo atrás, conocí a un hombre que le sirvió al Señor por algunos años, pero un día se apartó de la fe y se volvió profano. Él solía leer los libros de ateísmo para contradecir la Biblia y un día me dijo: 

Hermano, te voy a decir la verdad, en cuanto a que Dios me está llamando, sólo falta que me agarre por el cuello y me lleve, porque él me habla, veo visiones, pero ¡qué me importa!». Si se salvará o no, sólo lo sabrá Dios, pero él sabía que le estaban tocando la puerta, y reaccionaba con indiferencia. Mas el que es de Dios, le oye, le ve y le sigue a través de cualquier experiencia, por ínfima que sea. Millones de testimonios de creyentes en el mundo entero pueden constatar esta verdad. El encuentro personal de una persona con el Señor varía desde una visión celestial, sueño, voz, etc., hasta una simple lectura de algún versículo bíblico o la prédica más sencilla, carente de toda emoción o retórica. El énfasis no estriba en las formas, sino en la revelación que se hace vida.

·      „las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17)“


El seńor te bendiga y te de sabiduria en abundancia

que el Eterno Dios te ayude/forever
Tu hermano Guildo José 
segurosencristo@gmail.com




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