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„ creado según Dios“


„Y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Efesios 4:23-24“

En la Epístola a los Efesios, 4:23, Pablo nos exhorta a que nos renovemos en el espíritu de nuestra mente y nos vistamos del nuevo hombre que fue creado según Dios. Por tanto, ese ser que Dios ha creado en nosotros es santo y es justo, porque fue hecho por Dios, quien es Santo y es Justo. También es verdadero, porque Dios es verdad, y no hay engaño en él. Si esto no fuera así, Dios no nos ordenaría que anduviéramos en el Espíritu, porque él no nos conducirá por un camino que es contrario a su voluntad y a sus atributos. Dios insiste que vivamos en el Espíritu, andemos en el Espíritu, y pensemos en el Espíritu. Quiere decir que si seguimos los dictados, la inclinación, la naturaleza de ese nuevo hombre, vamos a estar en íntima relación con él. También vamos a conocerle, a estar en afinidad, en comunión con el Señor, porque esa nueva naturaleza es según Dios.“

Ese nuevo hombre posee las virtudes o atributos de Dios. Con esto no vayas a interpretar que esa naturaleza es omnipotente u omnisciente como el Señor, no. Nos estamos refiriendo al carácter que ese nuevo hombre posee (justicia, santidad de la verdad, el fruto del Espíritu, etc.), y no a las cosas inefables de Dios que no tiene ningún ángel ni mucho menos algún ser humano. Esa naturaleza es santa. Por eso, es triste ver a tantos hijos de Dios afanándose por ser santos, si la cosa más fácil, cuando usted ha nacido de nuevo es ser santo. Tan fácil como el manzano da manzanas, así de fácil, porque ¿cuál es la naturaleza del manzano? Frutal, y su fruto es la manzana. Yo nunca he visto un manzano pujar para parir manzanas; es más, pare manzanas porque es un árbol de manzanas y no para convertirse en un árbol de manzanas. Igualmente, lo más natural para un ave, cuando llega a su madurez, es surcar el aire y volar, porque esa es su naturaleza. Por tanto, si la naturaleza que yo tengo es santa, lo más natural es que ande en santidad.
Entonces, te preguntarás: «¿Y por qué enfrentamos tantas luchas?» Bueno, porque hay otra naturaleza que se interpone, la cual es carnal, y 
contraria a la santidad de Dios. Me dirás: «Frente a esto ¿qué puedo hacer?» Te diré que lo que tienes que hacer es simplemente andar en el Espíritu para que brote la santidad de Dios en ti, en tu hombre nuevo. ¿Quieres andar en justicia? Déjala que salga de tu hombre interior. Aunque parezca muy simple, es así de sencillo. Y si dices: «¡Pero es que yo trato y no puedo!», la pregunta tuya sería entonces: «¿Cómo puedo andar en el Espíritu? ¿Cómo se alimenta esa nueva naturaleza?» En comunión con Dios. La intimidad con él es el nutriente del nuevo hombre. Sin Dios nada podemos hacer.

¿Quieres vencer al diablo? No lo venzas tratando de pelear con él, sino resistiéndolo. En efecto, casi todas las armaduras del cristiano son defensivas. En Efesios 6 dice: «Ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la FE, conque podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu» (Efesios 6:14-18). 
Como ves, con excepción de la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, todas las demás armas son defensivas.“

El Señor nunca dijo: «Tírenle al diablo», sino: «Resistid al diablo, y huirá de vosotros» (Santiago 4:7). ¿Cómo lo resistimos? Estando «firmes» (Efesios 6:13). También el apóstol Pedro cuando habló de nuestra lucha contra el enemigo, nos dio la misma estrategia: «Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe...» (1 Pedro 5:8-9). Por lo que a Satanás no se le resiste maldiciéndolo, escondiéndonos, o cuidándonos de él, sino con sobriedad, velando, resistiéndolo con firmeza y creyéndole a Dios. Muchos cristianos han desarrollado una forma de paranoia en su guerra contra el adversario. Es muy común escuchar a creyentes decir: «Cuídate del diablo, que es malo, tremendo, poderoso y astuto». Y el texto que citan con frecuencia es: «Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Corintios 10:12). Pero nunca citan el versículo que sigue: «...pero FIEL ES DIOS, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar» (1 Corintios 10:13). Otro versículo que usan estos hermanos para asustarse ellos y a los demás es: «... porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar...» (1 Pedro 5:8), pero se olvidan que en el Salmo 34:7 dice: «El ángel de Jehová ACAMPA ALREDEDOR de los que le temen, y los defiende». Observa que el diablo anda alrededor, buscando a quien devorar, pero el ángel de Jehová, no solamente anda, sino que acampa alrededor para defender a los creyentes. En la misma órbita que el diablo anda para destruirte (alrededor), acampa el ángel del Señor para protegerte. Así que, en vez de temer, reposa en el cuidado de tu Dios.

También te consejo que cuando te sientas amenazado por el león rugiente, en vez de temerle y huir, llama para que te auxilie al «LEÓN DE LA TRIBU DE JUDÁ», a Cristo el que ya venció (Apocalipsis 5:5). No te olvides que estos dos leones se enfrentaron, hace veinte siglos atrás, y el resultado fue que el león rugiente fue devorado y totalmente vencido. El diablo es un ser sobrenatural, al cual con tus armas no lo puedes combatir, por lo que tu única salvaguardia es la victoria del Señor Jesucristo. Cristo es el refugio seguro en las tribulaciones, entonces en

vez de vivir con la agonía de establecer una lucha ineficaz, reposa en el Señor. No hay un arma más poderosa en contra del diablo que el descanso en la obra consumada de Cristo. Tu espíritu debe reposar en la justicia y, en los méritos de tu Señor, en la seguridad de tu Redentor, y en su entronización a la diestra del Padre. ¡Oh, gloria a Dios! Satán no resiste verte descansado en Cristo, por lo que, en vez de estar peleando con él, lo que tienes que hacer es llenar tu espíritu, saturar tu copa de la bendición de Dios, de noche y de día. Ve a tu Creador todo el tiempo, colma tu naturaleza nueva de él. La naturaleza santa se nutre de Dios; madruga a buscarle; adelántate al alba y dale tu primer pensamiento a él. Haz de él todo en tu vida. De esa manera, cuando el adversario llega a ti con su tentación, puedes responderle: «¡Apártate de mí Satanás! Me repugna tu presencia, y me indignan tus propuestas».

En el caso contrario, cuando alimentas la carne y te pasas el día afanándote en los engaños de las riquezas, leyendo tonterías, viendo novelas, chismes faranduleros (que si la artista se divorció, o que si se casó ocho veces; que si el actor es homosexual, etc.), y ni te acuerdas de leer la Biblia, te aseguro que en nada te vas a edificar. Porque ¿qué te debe importar de la vida de esa gente pervertida? A ti quien te debe importar es Cristo. A mí me importa el reino de Dios, y no los chismes o rumores de gente que no me pueden enseñar nada. No te pase —cuando llegue la tentación— como le pasó a Pedro, al cual el Señor le llevó al monte a orar, junto a Juan y a Jacobo (Mateo 17:1), y no se comportó apropiadamente. Me imagino que, ante la petición de Jesús, Pedro se alegró, y se dijo a sí mismo: «Aunque el maestro me regañó hace un rato, y me dijo que lo voy a negar, aún tiene confianza en mí y me está 
llamando a orar. Él confía en mis oraciones». Y el Señor le había dicho antes: «Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no falte» (Lucas 22:31-32). Pero mientras el Señor estaba en medio de su agonía, sudando gotas de sangre, y gimiendo en el conflicto mayor de su ministerio, Pedro estaba durmiendo (Lucas 22:44-45). Entonces, el Señor se acercó a ellos y le preguntó a Pedro: «¿Con que no pudisteis velar una hora conmigo?» (Mateo 26:40), y le dijo algo con relación a él: «Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil» (v. 41). Es decir, el espíritu nuevo que fue creado en nosotros siempre está presto para las cosas espirituales y se deleita en las cosas de Dios (Romanos 7:22), pero cuando nos apoyamos en la carne, que es débil, fracasamos.

Cuando decimos que el espíritu está presto es que el espíritu quiere orar; el espíritu quiere a Dios, y se fortalece en el poder de su fuerza, pero la carne no. La carne a la menor contrariedad ya está irritada o no tiene consuelo. Lo que le gusta a la carne es no tener problemas y estar debajo de un árbol o en alguna playa soleándose; lo que quiere es estar viendo televisión, recostada en un sofá, cómoda, con un control remoto donde puede controlar todo: televisión, componentes, cable, etc. La carne lo que quiere es abrir el garaje con un botón, a distancia, y que todo sea fácil. ¡Sueña con hacer nada! Que llegue el tiempo que no haya que trabajar, que rebajen las ocho horas a seis, y que pronto sean cuatro, y que al final no se tenga que trabajar, y le manden por correo el cheque a la casa. Eso es lo que ama la naturaleza carnal, que todo sea fácil y gratuito, pero no mueve ni un dedo para obtenerlo. En cambio, el espíritu nuevo lo que quiere es agradar a Dios, quiere oración, ayuno, alabanzas, anhela el crecimiento en revelación, ciencia, poder del Espíritu, todo lo que es de Dios, porque es la naturaleza de Dios en ti. Él clama y gime en ti, porque sabe lo que tú necesitas.

Mas, volviendo al incidente de Pedro, luego que este se la pasó roncando el tiempo de la oración, cuando vinieron a aprehender a Jesús, quiso entonces defenderle y sacando la espada lanzó un golpe contra uno de los siervos del sumo sacerdote para llevarle la cabeza, pero sólo le hirió en una oreja (Mateo 26:51). Jesús lo miró y reprendiéndole le ordenó que llevara la espada a su lugar (vv. 52-53). En otras palabras: «Pedro, hijito, vuelve la espada a su sitio. Las guerras espirituales se lidian con armas espirituales. Esto no es con ejército ni con fuerza, sino con mi Espíritu (Zacarías 4:6)». ¡Oh! Pero Pedro se la pasó durmiendo cuando debía estar velando y orando, por lo que cuando llegó el momento de la crisis quiso resolver con espada, lo que sólo se podía resistir en el espíritu.

Así nos pasa muchas veces en nuestra vida cristiana. Nos debilitamos, no estudiamos la Biblia, no oramos ni nos congregamos, entonces cuando nos llegan las emergencias, queremos resolver con la espada de la agresividad y la desesperación lo que en reposo y en fe deberíamos haber logrado, si hubiésemos estado en comunión con Dios. Jesús ya le había advertido a Pedro, y quiso librarlo de aquella desastrosa experiencia, pero no lo logró porque la actitud de Pedro era totalmente carnal. Por eso resbaló en su autosuficiencia y se cayó en su descuido. ¿Estamos entendiendo? Jesús le dijo a Pedro: «El espíritu está presto», pero éste, en vez de fortalecer su espíritu, se dejó vencer por la pereza de la carne.

En el libro de Gálatas (5:22-24) dice: «Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos». Notemos la expresión: «mas el fruto del espíritu...» ¿Quién es el Espíritu? Cualquiera puede decir que se refiere al Espíritu Santo, y no se equivoca, pero yo creo que a la vez está hablando de la naturaleza de Dios en nosotros. ¿Por qué? Porque la contrasta con la naturaleza carnal. La naturaleza espiritual del hombre nuevo está en oposición a la esencia del hombre natural. El espíritu nuevo es la naturaleza de Cristo, nuestro cuerpo carnal es la naturaleza de Adán. El Espíritu es la naturaleza de Dios, la carne es la naturaleza del diablo. El fruto del Espíritu Santo es el mismo fruto de la nueva creación, porque el hombre interior que está en nosotros fue creado conforme a Dios (Efesios 4:23-24).

Muchas veces pides: «Señor, dame amor; Padre, enséñame amar». Y te quejas: «Pero Dios no me responde, está sordo a mis ruegos». Mas seguro que te puede contestar: «Amado, o hija mía, me estás pidiendo algo que ya yo te di. Busca en el árbol que planté en tu interior». Porque el amor procede de Dios, es el fruto del Espíritu, y de la naturaleza nueva que está en nosotros. ¿No te das cuenta que cuando recibes llenura espiritual, ya sea por un mensaje, por un tiempo de oración, de adoración, sientes en el pecho una elevación espiritual, una sensibilidad 
para las cosas de Dios, y una ternura y una simpatía para con los demás? Es que tu espíritu nuevo está bien desarrollado y lleno. De esa llenura del Espíritu, brota de ti el fruto. Entonces dices: «Mira qué extraño, siempre le gritaba a mi hijo y me impacientaba con él y ahora ha surgido en mí una paciencia que no puedo explicar». ¿De dónde salió? Del Espíritu de Dios morando en ti, el que está guiando y activando la naturaleza regenerada que creó en ti. Esa paciencia que ahora es manifiesta procede del Espíritu Santo obrando en tu hombre interior. Así que la manera en que se revelará el fruto del Espíritu en ti es viviendo y andando en él.

Tenemos a Dios viviendo su vida en nosotros a través de su Santo Espíritu. Déjalo que salga. Abre los canales que están obstruidos por tantas cosas que perturban tu mente. Cuando Jesús visitó a Marta, la vio corriendo afanada con los quehaceres domésticos, y cuando se quejó ante Jesús diciéndole: «Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude» (Lucas 10:40), él le respondió: «Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada» (vv. 41-42). ¿Qué estaba haciendo María? María estaba alimentando el espíritu, nutriéndose a través de la comunión con su Señor. Para Dios es importante el servicio, la limpieza, el aseo, el orden en todos nuestros asuntos, pero que ante todo pongamos nuestro corazón en él.

Cuando la Biblia se refiere a la carne no sólo habla de las cosas pecaminosas, sino también de las que pertenecen a este mundo. Marta estaba sirviéndole al Señor (Lucas 10:38), pero la cocina es de la carne, porque todo lo que es de esta vida es de la carne. El trabajo es de la carne y no es malo, hay que trabajar. Cocinar es bueno, satisface una necesidad, pero es de la carne. La carne representa todo lo que es de esta vida, lo adánico. Sabemos que tenemos que pagar el alquiler de la vivienda, el banco, y que nos es necesario ir al médico, etc., pero la Biblia llama a eso «afanes de esta vida» (Lucas 21:34), los cuales debemos hacer, sin dejar de hacer lo otro. Tenemos que poner las cosas de Dios primero y él tendrá cuidado de lo nuestro (Lucas 12:31).

No podemos concentrarnos en los asuntos de este mundo, de tal manera que nos inhabilite para las cosas espirituales. La Palabra de Dios dice que «... el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal» (Hebreos 5:14). Así que los sentidos espirituales pueden ser ejercitados. Todos sabemos lo que significa la palabra ejercitar. La ciencia de la anatomía nos enseña que el órgano o músculo que no se ejercita se atrofia. Lo mismo sucede en lo espiritual, pues si no ejercito el fruto del Espíritu en mí, no voy a crecer en él.

El apóstol Pablo en su exhortación a Timoteo, le dijo: «Desecha las fábulas profanas y de viejas. Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera... 

ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza... No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio. Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos» (1 Timoteo 4:7,8,13,14,15). ¿De qué manera mi aprovechamiento es manifiesto a todos? Desechando todo lo que es de la carne, y ejercitándome en todo lo que es del Espíritu. ¿Cómo nos ejercitamos en el Espíritu? Nota los verbos que usa el apóstol cuando insta a Timoteo a ejercitarse en la piedad: ocúpate, no descuides, permanece, etc. Es de esa manera como nos ejercitamos.

Todos sabemos lo imprescindible que es la comunión con Dios, para la vida del Espíritu. Dios es la fuente en la cual se nutre nuestro hombre interior. Así que, para nosotros ser alimentados, y crecer en la vida del espíritu, necesitamos ejercitar nuestra comunión con Dios. Aplicando el principio del párrafo anterior, podemos decir que para ejercitarnos en esa comunión es necesario ocuparnos en ella, no descuidarla y permanecer en la misma. Por tanto, la Biblia nos presenta una autopista con cuatro carriles, súper espaciosos, los cuales nos conducen a una efectiva comunión con nuestro Señor, estos son:

1.   ORACIÓN. «Orad sin cesar» (1 Tesalonicenses 5:17). La oración es el oxígeno del espíritu. Así como tú no puedes vivir sin respirar, el espíritu no puede vivir sin la comunión con Dios. Con la oración incluyo también la alabanza y la adoración, o sea, todo lo que es ministrarle a Dios en lo personal. Ejercer nuestro sacerdocio.“

2.   ESTUDIO DE LA PALABRA DE DIOS. «Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí» (Juan 5:39). Jesús dijo: «las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida» (Juan 6:63). La Palabra es la fuente infinita e inagotable de comunión con el Padre. Es el instrumento más efectivo en nuestra relación con él.

3.   „CONGREGARSE. «... no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre...» (Hebreos 10:5). Cuando nos congregamos, ejercitamos nuestra comunión con Dios y con nuestros hermanos, porque adoramos juntos. Además, escuchamos la Palabra de Dios, y la Biblia dice que: «... la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Romanos 10:17).


4.   TESTIFICAR. «Y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:8). Nosotros tenemos que testificar de Cristo. Comunicar nuestra fe nos fortalece, nos enriquece y nos llena de gozo.“

¿Por qué estas cuatro cosas son los carriles de la comunicación con Dios? Porque cuando oro, hablo con él; cuando estudio la Biblia, leo de él; cuando me congrego, oigo de él; y cuando testifico, hablo de él. Todos sabemos que una buena comunicación genera una buena relación, y una buena relación nos provee un conocimiento pleno de la persona con quien nos relacionamos, en este caso nuestro Dios. Dependiendo de cómo alimentemos la comunión con el Señor, podremos sujetar nuestra naturaleza carnal que nos asedia con sus debilidades, y resistir con firmeza al adversario, el cual sólo busca separarnos de Dios.
El apóstol Pablo describe la lucha titánica que se lidia dentro de nosotros, de la siguiente manera: «Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis» (Gálatas 5:17). ¿Cuál de las dos naturalezas será más fuerte? La que más alimentes. Pensemos en dos luchadores enfrentados en un cuadrilátero. Púgiles, fuertes, combatientes que cada vez que se enfrentaban a sus oponentes realmente luchaban y ganaban, sin dejar dudas de que prevalecían por ser los mejores. Ahora, imagínate que uno de esos dos contendientes, antes de la pelea, descuide su alimentación, no vaya a los entrenamientos y se meta en «rumba» con los amigos, en medio de tragos y mujeres, mientras que el otro, cuida su alimentación, no comete excesos, y está en constante preparación. ¿Cuál de estos dos tú consideras que ganará la pelea? Es fácil concluir que el que tuvo un mejor entrenamiento y no descuidó su alimentación será el ganador, que aquel que mejor se preparó derribará a su contendor en el primer asalto.

Si tomamos este relato como ilustración de nuestras dos naturalezas, nos será fácil responder cuál de las dos naturalezas vencerá en nosotros. La que más alimentes y ejercites será la campeona. Si lo pasas constantemente en oración, participas en vigilias, ayunas, alabas al Señor todo el tiempo, cuando viene «el carnal» ¡LO ACABAS! Sólo de ver esa naturaleza caída, dañada por el pecado, tu espíritu se envalentona y... ¡TRAS! Lo dejas hecho «trizas». ¿Por qué? Porque estás fuerte en el espíritu. Pero si nunca tienes tiempo para orar, no escuchas la Palabra, vienes a la iglesia cuando te acuerdas, llegas tarde, te pasas la vida en afanes, trabajando tiempo extra, comprando aquí, con el sueño de la casita allá; el problema aquí, y el hijo por acá, y cosas semejantes a estas, que te quitan la paz, tu naturaleza espiritual se contrista dentro de ti, y la carnal se hará más potente y fuerte.

Es cierto que tenemos que cumplir con los deberes de la vida, y tener una buena mayordomía, pero lo importante es que no te enfrasques tanto en tener, de manera tal que se convierta en el todo que absorbe todo tu tiempo. Lo mejor es que seas como María que aprovechaba el tiempo con el Señor. Alimenta tu espíritu, y verás que podrás realizar mejor los deberes de la casa, lo harás alegre y con eficacia. Los hombres afrontarán sus responsabilidades con amor; y las mujeres, mientras se desempeñan en cualquier tarea, estarán cantando alabanzas o intercediendo por el hijo, o el esposo, o pensando en el Rey que le da paz a su alma. Así vas conduciendo tu automóvil pensando en Dios; y en vez de tocar la bocina a cualquiera que te obstruya el camino, y gritar cualquier improperio; conducirás relajado, diciendo en tu interior: «Mi alma te alaba Señor, que lindo día me has dado, Padre; Señor revélate a aquellos que no te conocen; ten misericordia...».

También, en medio de las pruebas, en vez de ponerte tan ansioso y empezar a darle cabida en tu corazón a pensamientos malsanos, ponte a escuchar alabanzas o sintoniza una emisora cristiana para oír prédicas, y así empaparte de la Palabra de Dios. Tu espíritu va recibiendo alimento constante. Y cuando viene el diablo con su provocación, a susurrarte cosas, en vez de un: «Mira, diablo asqueroso, ¡te voy a volar la cabeza...!», dirás en el poder del Espíritu, como expresó Jesús: «¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo» (Mateo 16:23). Entonces, te dirás satisfecho: «Oye, no me conozco. En verdad Dios me ha hecho de nuevo». Y en realidad no eres tú el que estás obrando, sino que el Espíritu Santo está manifestando su fruto en ti.
Por tanto, no es brillando o blanqueando al viejo hombre que va a fluir en ti el fruto del Espíritu, sino andando en el Espíritu. Pues si dices: «Estoy enojado, pero me voy a contener, hum» y hasta los labios aprietas, y por dentro te devoran la ira y los malos pensamientos. Puede que dures un largo tiempo fingiendo, pero llegará un día que una tontería, no la podrás aguantar y ¡reaccionarás!, y ahí se acabó todo. La gente te mirará extrañada: «Vaya, mira ese, tan tranquilito que se veía, pero ¿viste cómo, por una simpleza, se enojó? ¡Qué carácter! Y eso que es cristiano». Y es que esa naturaleza siempre será iracunda, perversa, pecaminosa. Déjala quieta, no la toques, no le pongas la mano. Haz como hace Dios, deséchala, no trates de corregirla. El temperamento es algo que nadie puede cambiar. Llévale al Señor tu carga, y él peleará por ti.

Hablando de las tendencias temperamentales, el que es sanguíneo, por ejemplo, tiene problemas con la puntualidad y le es difícil organizarse. La persona que no sabe lidiar con el tiempo, hace diez compromisos a la misma vez, y el último que lo llame (que no estaba en la lista) es con quien se va. Observas en su oficina todo tirado, trata de poner las cosas en orden y lo logra por unos días, pero al final sigue igual o peor. ¿Por qué? Porque su temperamento es débil en esa área. Igualmente, el melancólico que es perfeccionista y meticuloso, todo el tiempo es sensible. Eso no se lo quita nadie, porque su carne es así. Las tendencias naturales están ahí, y por más que tú las laves, las planches, las metas en el armario y las ocultes en el ropero, van a salir en cualquier momento.

En algunos medios cristianos se ofrecen seminarios para modificar el temperamento. La intención es buena, pero la realidad es otra. El temperamento se puede educar, disciplinar, pero nunca cambiar. Ni Dios se ha interesado en cambiarlo ¿lo harás tú? Si ya tienes algo nuevo, perfecto, eficaz, ¿por qué te vas a poner a luchar con cosas viejas, defectuosas, cuyo fin es desaparecer? Es como el que compra un nuevo juego de comedor, pero se queda con un par de sillas viejas. ¡Saca de tu vida lo inservible y quédate con lo nuevo! Deja de estar guardando cosas viejas, desecha esa basura, pues ese lote de cajas sólo está llamando alimañas, cucarachas y ratones a tu casa, por cosas que NUNCA vas a usar. Sé sabio y sigue el modelo que te dejó el Señor: desecha lo viejo y vive con lo nuevo. Si fuimos creados según Dios, vivamos entonces como él vivió.



Seguros en Cristo Ministry Col. 2.10 
Guildo Jose Merino 
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Zürich / Schweiz




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