Ir al contenido principal

¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?“ primera parte


Cuando Jesús le dijo a Nicodemo: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:3), este le respondió: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?» (Juan 3:4). El Señor le reconvino diciendo: «¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?» (Juan 3:10). Tristemente, hay muchos hermanos que son sinceros, aman al Señor y predican lo que han recibido, pero dicen como Nicodemo: «¿Cómo puede ser esto?  Predican lo que no entienden, como lo hice yo por años. Yo enseñaba, pero no sabía lo que era nacer de nuevo, porque en esa iglesia no se entendía (ni hoy se entiende todavía) sino que seguíamos lo que llamaban «los pasos de la salvación»: (1) Tú crees en Cristo; (2) Te arrepientes; (3) Te conviertes; (4) Te bautizas; (5) Te haces miembro de la iglesia. Recuerdo que aparte del asunto de nacer de nuevo, podía decir lo que era arrepentimiento y conversión, y aún en eso tenía confusión. Ignoraba lo que ahora veo en la Palabra, que esto no es una cuestión de primero ni segundo, porque ninguna de estas cosas sucede en un orden radical, ni de una impresión hoy y otra mañana. Lo cierto es que Dios ha hecho una nueva creación, con una naturaleza espiritual, la cual engendra dentro de ti por el poder de su Espíritu.

Esa nueva creación tiene el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22). Es inclinada a la comunión con Dios y está llena de su unción. En ese ser espiritual está todo lo que tú necesitas para vivir la vida de Dios. De él es que el Espíritu Santo sustrae la fe, para lograr que te apropies de la salvación. También de él procede la convicción que te da el Espíritu Santo para que puedas arrepentirte. ¿Por qué sucede esto que antes no te ocurría? Porque Dios te resucitó, al poner su simiente en ti, la cual te lleva automáticamente a la conversión. En tu vida natural, tienes una naturaleza que es inclinada al mal y te separa de Dios, pero cuando eres engendrado en el Espíritu, el Señor te da su naturaleza santa, la cual te regresa a él.

La mejor ilustración que da la Biblia del nuevo nacimiento es la resurrección de Lázaro, porque el nuevo nacimiento es una resurrección. Pero no como algo simbólico, sino como lo que es: una realidad, una verdad inmutable. Dios te resucita, literalmente. Antes de tener un hombre interior, eras un montón de huesos secos. Tú no puedes, por ejemplo, ir a un cementerio y decirle a un muerto: «Oye, yo te dije que no lo hicieras, y mira lo que te pasó. Ponme atención cuando te hablo», y esperar alguna respuesta de su parte. Y si alguien te ve, altercando así frente a una tumba, pensará que estás loco, porque un muerto no puede escuchar ni hablar, porque está muerto, no tiene vida.

Cuando los que predicamos no entendemos el nuevo nacimiento, comenzamos también a hablarles a los muertos; y les decimos que se arrepientan, o que vengan a Dios, y por supuesto no vemos ningún resultado. Algunos pensamos: «Pero que tipo más duro este; se le está hablando de Dios desde hace veinte años, su familia toda es cristiana, y él nada». Mas el día menos esperado viene el Espíritu de Dios y lo llama. Para esa persona es como despertar de un sueño; notará algo diferente en su vida. Ahora ese pecador, que en la mañana blasfemaba a Dios, viene llorando delante del Señor, amando a Dios, arrepentido y 

convertido. Y te preguntarás: ¿Qué pasó? ¿Qué le hizo cambiar? El viento de Dios, que de donde quiera sopla y, cuando llega, hace la gran diferencia en nuestras vidas.
Precisamente, el viento de Dios era lo que no entendía Nicodemo (Juan 3:8). La palabra espíritu en griego es pneuma, que significa viento; de allí se deriva la palabra castellana neumático. Tú puedes estar hablando del Señor a la misma persona por años, pero no va a reaccionar hasta que el viento del Espíritu sople en ella. Esto no es cuestión de la unción del predicador, sino del tiempo señalado por Dios para la salvación de esa vida. Jesús le dijo a Zaqueo: «Date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa» (Lucas 19:5). Antes de ese momento Zaqueo no había visto nunca a Jesús (Lucas 19:2-3), pero Dios le mostró a Cristo (Juan 6:44). Entonces, Zaqueo se metió entre la muchedumbre y, como no podía ver a Jesús, corrió adelante y se subió a un árbol, motivado, aparentemente, por una «fuerte curiosidad» (Lucas 19:3), ignorando que ese era el día de su salvación (Lucas 19:9). Es como si el Espíritu Santo buscara con una lista a quien le llega la hora de ser tocado por él. El Espíritu Santo habla a los elegidos de Dios y, aunque el trabajo de la iglesia es predicarles a todos, el mensaje solamente se hace vida en aquellos a quienes el Señor les abre el corazón.

A Nicodemo le pasó como a María, cuando el ángel Gabriel le presentó el plan de Dios, acerca de la concepción. Ella reaccionó confundida diciendo: «¿Cómo será esto? Pues no conozco varón» (Lucas 1:34). Esta sierva entendía que para concebir un hijo se requería una relación con un hombre y eso no había pasado. María no lograba percibir que el nacimiento del Mesías no sería a través de un varón, sino por el Poder de Dios. Entonces Gabriel le explicó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios» (Lucas 1:35). ¡Qué misterioamado! Eso mismo es lo que pasa cuando el Señor viene a ti y planta la semilla incorruptible. De momento esa semilla comienza a germinar, y el día que brote será el día de tu nacimiento en el reino de Dios. Así como en la concepción de Jesús no hubo intervención humana, de la misma manera acontece con todos los que nacen de nuevo (Juan 1:13).

El nuevo nacimiento es semejante al alumbramiento del niño que, luego de estar nueve meses dentro de la madre y ser parido, puede ver este mundo y disfrutarlo. ¿Cómo se sabe si el niño nace en perfecto estado de salud? Cuando empieza a llorar por sus necesidades, sonríe, duerme, come y reacciona ante el mundo que le circunda. De la misma manera pasa con los nacidos de Dios: Aman, crecen en el conocimiento de Dios, hacen justicia, no practican el pecado y vencen al mundo.

¿Por qué los nacidos de Dios no practican el pecado? Porque Dios es santo y no peca. ¿Por qué amanPorque Dios ama. ¿Por qué creen? Porque Dios cree y no se niega a sí mismo ¿Por qué hacen justicia? Porque Dios es un Dios de justicia. ¿Por qué todo esto? Porque Dios quiso por medio de Jesús, reconciliar consigo todas las cosas (Colosenses 1:20). Y los que han recibido la naturaleza de Dios, son hechos miembros de la familia divina (Efesios 2:19), íntegros, sin mancha, en medio de una generación maligna y perversa, de la cual resplandecen como luminares en el mundo (Filipenses 2:15).

Cuando entendemos estas cosas no nos frustramos y entonces andamos en confianza. Tenemos que tener bien claro que, si Dios no ha puesto su simiente en una persona, de nada vale que ayune, llore, se meta en cualquier tipo de abstinencias ni que se le predique, porque esa persona no entenderá la salvación ni reaccionará a nuestro anuncio. Se puede decir que se es sencillo, porque el Espíritu Santo es el que hace todo para llamar a los que han de ser salvos. Jesús dijo: «... el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera» (Mateo 13:47-48), pues muchos son los llamados y pocos los escogidos. También dijo:

El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña. Vinieron entonces los siervos del padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña? Él les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos? Él les dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero (Mateo 13:24-30).

En las iglesias encontramos muchos que parecen cristianos y no lo son. Sólo el Señor puede reconocerlos, pues él conoce a los que son suyos (2 Timoteo 2:19). Cuando Jesús les explicó a sus discípulos la parábola de la cizaña del campo les dijo: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo. El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles. De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo» (Mateo 13:37-40). Es decir, el Espíritu Santo es el sembrador que tira la semilla, y ésta cae en diferentes terrenos, ya que es sembrada por doquier. Pero cuando la semilla cae en el corazón de un elegido (campo de Dios), ella da fruto. Ese fruto del Espíritu es el que hace la diferencia entre un nacido de nuevo y el que no lo es.

Se puede afirmar que el llamado de Dios es un misterio. Supongamos que haya alrededor de cien mil personas en un estadio, y entre ellas dos mil que tengan por nombre Antonio. Una madre llama a su hijo Antonio y muchos del mismo nombre reaccionarán, pero sólo uno saldrá seguro, caminando hacia su madre, y es aquel a quien ella llamó. Igualmente pasa en el reino de Dios: JAH llama a todos, pero sólo vienen los elegidos. ¿Por qué? Porque oyen la voz de su Padre. Jesús dijo: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen…» (Juan 10:27). Y eso es una gran verdad, pues he visto en la congregación que, en ocasiones, antes de ministrar y hacer el llamado, las personas vienen voluntariamente, llorando, a recibir al Señor como su Salvador. ¿Quién las llamó, si ni siquiera se había ministrado la Palabra? Las llamó el mismo Dios, pues él es que añade a la iglesia los que han de ser salvos (Hechos 2:47).


  „las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17)“


El seńor te bendiga y te de sabiduria en abundancia

que el Eterno Dios te ayude/forever
Tu hermano Guildo José 
segurosencristo@gmail.com


Aprende Inlges en 3 meses, asi de facil