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„¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?“ cuarta parte


Las palabras de Jesús dirigidas a la iglesia en Laodicea bien puede ilustrarnos la manera en que opera el llamado de Dios a los inconversos. Él dijo: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3:20). Porque de oír la voz, muchos la oyen, pero sólo algunos abren la puerta de su corazón. El oír la voz, según las Escrituras, es obedecer a Dios. Una cosa es creer que hay un Dios, y otra es creerle a Dios, pues, esto último afecta mi vida de tal manera que voy a seguir lo que Dios dice. Así que oír es obedecer. Por eso Jesús les dijo a los fariseos: «El que es de Dios, las palabras de Dios OYE; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios» (Juan 8:47). Ellos externamente cumplían la ley, pero en su corazón la resistían. Guardaban sus tradiciones, pero invalidaban el mandamiento de Dios (Marcos 7:9-13).

Por eso vemos que Jesús, cuando comenzó a predicar, les hablaba en parábolas. A los discípulos les extrañaba que, llamándolos al arrepentimiento, les hablase de una forma tan complicada. Hasta que un día se le acercaron, y le cuestionaron por qué les hablaba por parábolas. Y Jesús les respondió diciendo: «Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado... Por eso les hablo por parábolas: Porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden» (Mateo 13:11,13). Mas a sus discípulos, el Maestro los apartaba y les explicaba una por una las mismas.

Este incidente, cuando lo leí, al principio de mi conversión, me impactó, porque no entendía, y me preguntaba: «Pero si Jesús quiere que se arrepientan, ¿por qué les dice las cosas de manera tan difícil para que no las entiendan?» Gracias le doy a Dios que me ha enseñado el porqué: estos hombres no eran hijos de Dios, sino del diablo. Eran contradictores de la Palabra, religiosos que no se convertirían de ninguna manera, y tampoco estaban en la voluntad de Dios. Pero aquellos que eran de Dios, oían la Palabra, la apreciaban, la amaban, le creían a Jesús, y se entregaban de todo corazón a obedecerla.

A estos el Señor les revelaba el verdadero significado, porque eran ovejas de Dios. Y al final de cuenta, entendí que no existía ninguna contradicción, pues los que no son nacidos del Espíritu, veo que reaccionan igual a ellos, y son enemigos de la cruz de Cristo y no les importa la Palabra ni Dios.

Ahora puedes explicarte el por qué amas la Palabra de Dios, la aprecias, la oyes y la sigues, porque eres un nacido de Dios. Eso es motivo suficiente para darle gracias a Dios mientras vivas, y decir como el salmista: «Señor Jehová, ¿quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí?» (2 Samuel 7:18). El lugar de donde salí (cuando era inconverso) no era cosa fácil. Salí vivo porque Dios tenía un propósito con mi vida, pero algunos de mis amigos de infancia fueron muertos a puñaladas, y otros están presos, pues eran delincuentes. Las madres de algunos de ellos eran prostitutas y sus padres dueños de prostíbulos. Yo pude ser uno igual a ellos, pero Dios me guardó y me aisló de esa inmundicia. El Señor tuvo un cuidado muy especial con mi vida. Antes no entendía, pero ahora sé, aprecio y aquilato su esmero. Y digo como dijo el ciego: «…una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo» (Juan 9:25). Dondequiera veo la mano de Dios y su santo 
propósito con mi vida. Dios así lo quiso y a su voluntad nadie se interpone.

¿Por qué si Dios odia la maldad y ve este mundo tan perdido no lo cambia? Porque ese no es el plan de Dios con este mundo. Hay un plan de salvación y a muchos Dios ha salvado, está salvando y salvará de esta perdición. No obstante, enfrascarnos en discusiones sobre los designios santos de Dios, si son justos o injustos, son cosas que sólo nos llevan a la impiedad (2 Timoteo 2:16). Porque ¿quién eres tú o yo para juzgar a Dios, y altercar con él? ¿Quiénes somos para decirle al Señor lo que tiene que hacer? Él hace lo que quiere. En el estanque, llamado Betesda, había una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua (Juan 5:3), pero Jesús sanó solamente a uno (Juan 5:9).

Los evangelios narran muchas curaciones milagrosas que Jesús obró todo el tiempo en unos y otros, inclusive en el día de reposo. Vemos, por ejemplo, en la curación de aquel ciego de nacimiento que Jesucristo haciendo lodo, le untó los ojos, y le dijo: «Ve al Siloé, y lávate; y este fue, se lavó, y recibió la vista» (Juan 9:11). Este hecho levantó una gran controversia entre los fariseos. Llevaron al que había sido ciego a la sinagoga para que les dijese, con lujos de detalles, cómo había pasado todo. Este les explicó una y otra vez cómo ocurrieron los hechos, pero en vez de satisfacerlos, creaba más disensiones entre ellos.

Los fariseos se debatían entre si Jesús era pecador, si violó la ley del sábado, o si el ciego era ciego de nacimiento (preguntaban a sus padres), y volvían a insistir y a indagar en lo mismo. Hasta que llegó un momento que, no soportando el testimonio de la verdad (pues el curado mantuvo su palabra), expulsaron al hombre de la sinagoga (Juan 9:24-34).

La incógnita que inquietaba a los fariseos es cómo recibió este hombre la vista. Cuando preguntaron a los padres del ciego, estos dijeron: «Sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego; pero cómo vea ahora, no lo sabemos; o quién le haya abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos; edad tiene, preguntadle a él; él hablará por sí mismo» (Juan 9:20-21). Ellos llamaron de nuevo al que había recibido la vista y le dijeron: «Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es pecador» (Juan 9:24). Y a la pregunta: ¿Cómo te abrió los ojos?, ahora le añadieron un argumento teológico, pero Dios le dio sabiduría a este hombre para responderles, diciendo: «Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo» (Juan 9:25).

También nosotros, como el ciego, debemos responder a los incrédulos: «Yo no sé qué me pasó, pero antes maldecía a Dios y ahora lo amo; antes estaba perdido en los vicios y ahora los aborrezco por amor a él; antes vivía para mí, pero ahora vivo para él». Y si algunos insisten y reaccionan suspicaces, preguntando: «¿Cómo pudo hacerse eso?», les diremos: «Hubo un hombre llamado Jesús que me dio una vida nueva. Puso su vida en mí, y ahora yo vivo por él y para él. Quizá no lo sé explicar, pero una cosa sé, que antes yo estaba ciego y ahora veo. ¡Oh, una cosa sé, que yo he nacido de nuevo! Yo no sé cómo ocurrió, pero sólo sé que yo soy otro». No nos avergoncemos, a pesar de que nuestro encuentro con Dios luzca increíble, nosotros sabemos que él lo hizo y es real.

Dios nos ha dado diferentes enfoques e ilustraciones, para hacernos ver la misma verdad. El Señor quiere que entendamos bien, por el Espíritu, lo que ha pasado en nosotros. Si bien, con palabras no lo podemos expresar, pero sí podemos ver los efectos del «viento» de su Espíritu. No podemos explicar cómo se mueve el viento, y hacia dónde va; tampoco cómo se origina, pero sabemos que existe, porque sentimos la brisa fresca que nos acaricia o el efecto del viento recio del huracán que nos sacude. Es difícil expresarlo, pero sabemos que ha llegado a nuestra vida el viento santo del Espíritu, y que, al pasar por ella, barrió con todo, llevándose todos los desechos de la carne, y dejando un efecto divino en nuestro ser. Ahora vive en nosotros el Espíritu de Dios, y nos movemos por él. Sabemos que tenemos una vida nueva en Cristo Jesús, y cosas que antes no teníamos, ahora fluyen naturalmente.

¡Grande es el misterio de la piedad! No la concebíamos antes, tampoco la entendemos ahora claramente, pero sabemos que existe y que la poseemos. El Espíritu Santo trajo la vida de Cristo a nuestra vida. Adán con el pecado nos mató, pero el Señor nos ha resucitado a una nueva vida en él. Ahora podemos ver a Dios y anhelamos verle en su trono de gloria, cara a cara. Por eso andamos en la naturaleza espiritual que nos ha dado. Cristo vino, ocupó mi vida, se adueñó de ella, y ahora vive en mí.

„La importancia de este mensaje es su implicación en nuestra vida. “

Tenemos muchas cosas que el Señor va a restaurar a través de la aplicación de estas cosas en nuestra existencia. Esto no puede ser una enseñanza y nada más, sino que debemos estar conscientes de que dentro de nosotros hay una nueva naturaleza, un hombre interior. Le pido a Dios que nos aumente la fe para seguir su voz y obedecerla. Agradecemos al Señor por la nueva vida. ¿No fue eso lo que nos enseñó, que había que nacer de nuevo para ver el reino de Dios? Antes no lo veíamos y ahora lo vemos, porque él nos abrió los ojos, es lo único que sabemos. Lo demás no lo podemos explicar. Hijos suyos somos y eso no ha de cambiar, pues ya él nos engendró y nos parió en la vida del Espíritu. Demos gracias al Padre, porque en él encontramos seguridad que no encontramos ni en el mundo ni en la religión, ni en nada ni en nadie. Cristo vive en nosotros y sólo él nos da la certeza de la nueva vida, genuina e íntegra que agrada al Padre.


·      „lSal 19:7  La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.


El seńor te bendiga y te de sabiduria en abundancia

que el Eterno Dios te ayude/forever
Tu hermano Guildo José 
segurosencristo@gmail.com



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