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„Cuando una iglesia es guiada por el Espíritu Santo“



      „si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu» (Gálatas 5:25).“

Cuando la iglesia deja de andar en el Espíritu, para andar en la cultura religiosa, experimenta algunas transformaciones: Primero, deja de ser cuerpo de Cristo para ser institución. Segundo, deja de ser organismo viviente para ser organización eclesiástica. Tercero, en los miembros del cuerpo se cambian las funciones por posiciones, y los ministerios por cargos y nombramientos. Cuarto, la autoridad y el gobierno no están basados en el llamamiento divino y en el grado de honra espiritual (1 Timoteo 5:17; 3:13), sino en rangos jerárquicos. Y Jesús enseñó que en el reino de los hombres hay escalafones y categorías, pues los de menos rango sirven a los que están sobre ellos en autoridad. Los mayores se enseñorean de los menores. Pero el Señor dijo que entre nosotros no será así «... sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:26-28). Es decir, el Señor estableció, tajantemente, que el servicio sería nuestro fin y razón de ser. En el reino de los cielos no hay posiciones, sino funciones; no hay jerarquía, sino grados de honra espiritual. Este grado de honra está basado, primero en la gracia; segundo en el llamamiento de Dios; y tercero en la manera en que vivimos, servimos y administramos lo que Dios nos ha dado (1 Timoteo 5:17; 3:13).

En el método humano (que muchas iglesias han adoptado), el proceso y la finalidad son como sigue: el nombramiento establece una posición, la posición un título, el título una jerarquía y la jerarquía trae, por consiguiente, diferencia de rangos entre los hermanos. Todo esto, en consecuencia, produce: orgullo, pleitos y competencia, lo que explica todo lo que está sucediendo en la iglesia hoy. También nos muestra el riesgo de dejar el Espíritu, para ministrar en la carne. Pero la Biblia dice: «... la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios…» (1 Corintios 15:50). Por eso, el Señor me instruyó como pastor y me dijo: «Enseña a la iglesia los principios y la vida del reino de los cielos. Evita todo lo que conduce al orgullo, pleito y competencia entre los santos. Apártalos de todo lo que es humanismo y religión. Cuídalos de la cultura eclesiástica. Los títulos, rangos y jerarquía separan a los creyentes y los conducen a la altivez». Todos somos hijos de Dios (Romanos 8:16); todos somos siervos del Señor (Romanos 6:22), pero los que están en autoridad en la iglesia es porque han servido más y mejor que los otros creyentes, y han crecido en honra por su llamamiento, su vida, y su testimonio. La autoridad que han recibido la usan para edificación del cuerpo de Cristo y no para enseñorearse de la grey del Señor (2 Corintios 10:8; 13:10; 1 Pedro 5:1-4). Éstos son como hermanos mayores que ayudan a los menores en su crecimiento. Mas, todo conformamos la familia de Dios.

En nuestro oficio como apacentadores del rebaño del Señor no es suficiente suministrar a las ovejas buenos pastos, sino enseñarles a rechazar los malos. Debemos enseñarles a andar en el Espíritu, pero también instruirlos para que no den lugar a la carne (Gálatas 5:13). Los títulos, halagos, y lisonjas alimentan al "dragón" del yo que todos tenemos dentro. La Biblia nos enseña a honrar y a reconocer a los que sirven (1 Tesalonicenses 5:12,13). Pero cuando aprendemos a honrar en el Espíritu no ejercitamos el orgullo, sino que provocamos a la fe, al amor y a las buenas obras (Hebreos 10:24).

Énfasis en formas y modas: Los énfasis dividen. Es necesario evitar la competencia entre hermanos. El hincapié que se hace en ciertos asuntos, de manera condenatoria, divide a la iglesia. He visto que donde se habla de vestimenta, desde el púlpito, el culto es a la ropa, y todo lo juzgan por el vestuario, y la gente se viste para que la acepten. ¿Cómo puede ser eso? ¿Dividirán las culturas o el vestido a los siervos de Dios? Debemos respetar las normas de cada iglesia, porque así nos ha enseñado Dios, pero quiero que mis hermanos se den cuentan que tienen a la iglesia peleando con ese remolino de luchas. Las hermanas dicen: «Mira donde aquella tiene la falda. Se tiñó el pelo. Fíjate cómo se recortó, etc.» Entonces, el sermón se va a pique, porque desde el púlpito se llama la atención sobre esas minucias, y nadie está presto a alabar a Dios, sino a revisar al hermano, cómo se viste. Y me pregunto: ¿Acaso hablar de pelo y falda, etc. es más importante que alimentar aquellas almas anhelantes de escuchar Palabra de Dios?


En ciertos círculos cristianos, la hermanita puede resucitar a un muerto, pero si usa joyas no es cristiana. Y puedo asegurar que llegarían al punto, que si el Espíritu Santo viniera en forma corporal o de paloma y dijera: «Esta es mi sierva», si la hermanita lleva alhajas, los que tienen su mirada en esas cosas, dudarían que lo sea, pues no creen en nadie que use joyas o adornos, aunque vean el fruto del Espíritu en ellos, porque lo que determina su fe es lo que se ve.

Igualmente, en otros lugares, si tú no guardas el sábado, puedes ser la persona más sincera, honesta e íntegra con el evangelio, pero, aunque vean a los ángeles que dicen: «Este es mi siervo», ellos dicen: «No lo creo. No guarda el sábado». Algunos han llegado más lejos, pues para ellos ser cristianos es guardar tradiciones, y cuando no lo ven en la congregación dicen: «Salgamos de este lugar, aquí no se está viviendo la fe». Y se van y forman una iglesia más legalista que la anterior, para guardar el sábado de manera más estricta. Y luego dicen: «Esos no son de Dios porque no están aquí, en el libro de esta iglesia que es la verdadera». Amado, todos los nacidos del Espíritu somos hermanos, sigamos a Jesucristo, y cuidemos de andar como los fariseos, en hipocresía y falsa santidad.
Finalmente, si todo este consejo de Dios lo seguimos en la iglesia y en nuestras vidas, seremos bendecidos y prosperados. El Señor nos dejó un legado a través de sus hechos y sus palabras, y es el amor. Inclusive, llegada la hora de entregarse, Jesús se cercioró de dejarlo como un mandamiento entre sus discípulos. Él dijo: «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros» (Juan 13:34). Cristo no menospreció a María Magdalena porque estuvo poseída (Marcos 16:9; Lucas 8:2), ni tampoco a aquella mujer que fue sorprendida en adulterio (Juan 8:3-4). El Espíritu de Cristo es un Espíritu de restauración, de aceptación, de amor y de perdón. Si recibimos aparentemente más de Dios que otros, tenemos que decir como dijo Pablo: «A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor» (Romanos 1:14). Porque lo que recibimos del Padre no es para gloriarnos, sino para bendecir y edificar a la iglesia.
Sufro por la iglesia de Cristo, cuando contristamos al Espíritu Santo; cuando juzgamos, en vez de restaurar a los hermanos. La Palabra de Dios nos muestra, cuando los corintios se habían desviado del evangelio, con malas prácticas, desórdenes, y pecados sexuales, etc., cómo el apóstol Pablo le escribió a esa iglesia, con exhortación y súplica. Él le pidió a Apolos que fuera a visitarlos, luego a Timoteo, y al final fue él y lidió personalmente con la iglesia para tratar de restaurarla. Igualmente, “

cuando los gálatas se apartaron y dejaron la gracia por la ley, Pablo les dijo: «De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído» (Gálatas 5:4). Y los trató con dureza, pero luego termina hablándoles a los hermanos con amor, con ternura, porque esa era la iglesia de Dios. El Espíritu de Cristo, es el Espíritu que corrige. En él no hay rechazo, sino restauración.

El Espíritu de Cristo es amor. No he aprendido otra cosa del Señor que no sea el amor y la tolerancia. Dice la Palabra que él vino a ser semejante a sus hermanos, para poder ser un fiel pontífice y poder compadecerse (Hebreos 4:5). Algo muy diferente al espíritu de la religión que hay en las iglesias, hoy en día. Mi trabajo en el Señor es amar, aceptar, tolerar, perdonar y restaurar con espíritu de mansedumbre al que ha caído. De Dios es el juicio, y del hombre el interceder. Es el Señor quien juzgará 
quién entra al cielo o no, ese no es mi trabajo. Lo mío es tratar bien a los pequeños, ese es el Espíritu que está en nosotros. Cuando salen esas cosas que rechazan, humillan y apartan a los hermanos de la iglesia, la que se está manifestando es la otra naturaleza que está en tinieblas. Nuestra naturaleza es espiritual, y en ella fuimos trasladados al reino de Jesucristo, para que no andemos en oscuridad, sino como hijos de luz.

Seguros en Cristo Ministry Col. 2.10 
Guildo Jose Merino 
www.tiemporeales.blogspot.com
Zürich / Schweiz


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